Vencer el Miedo, no caer en el Temor, no esperar lo que no has de lograr por ti mismo, no caer en la tentación de la comodidad, sobreponerse a toda sombra de cobardía, … Aún partiendo del reconocimiento de su extrema dificultad, sin embargo, no puedo entender la expresión “no podremos llegar al problema del alma sin haber pasado por sus horcas caudinas”, pues he aceptado que existe en cada uno de nosotros ese Hombre Total, y en su búsqueda, no has de temer ser Subyugado, pues ese temor es, justamente, la causa de la derrota.
Sí, en la búsqueda interior de la Bondad y la Luz, en uno u otro momento, te encontrarás de bruces con la realidad del mal. Es entonces cuando has de responder a la pregunta: ¿Esa existencia maléfica es solamente Externa, o es también Trascendente?
Probablemente, el miedo sea la pasión humana que nos hace más miserables. Spinoza decía que la superstición no se originaba en la ignorancia de las cosas eternas, sino en la fantasía de las almas tristes y temerosas. La superstición, sea religiosa, científica o ideológica, es la hija primogénita del miedo y de la ambición. Por eso me sigue pareciendo hermoso, lo creamos o no, aquel versículo de la Biblia donde se dice que Jesucristo murió para “librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:15). Porque mucho se habla de la servidumbre política y económica, pero eso no es nada comparado con la esclavitud de las almas en vilo, oprimidas por el puño del miedo, que mucho abarca y más aprieta.
De ahí que, en la filosofía de Spinoza, el primer objetivo de todo el que aspira a la libertad deber ser “librarse del miedo”. Y el segundo, “no depender de la esperanza”; pero de esa señora, consorte del miedo, nos ocuparemos otro día.
No comparto la idea sobre la realidad del Mal, pues no sólo no es un Ente, dotado de existencia propia, sino que al ser una simple carencia de bondad o virtud, ni siquiera tiene entidad alguna: no es nada. “Un bien que impide que disfrutemos de un bien mayor es, en realidad, un mal; en efecto, mal y bien se predican de las cosas en cuanto que las comparamos entre sí, y un mal menor es, en realidad, un bien” (Spinoza, Ética 4, LXV).
Existen, sin duda, los malos, individuos cuyos actos está corrompidos por sus malas intenciones, así como también existen los buenos, individuos cuyo deseo dominante es obrar bien. Y también existe “lo malo”, todo aquello que nos impide alcanzar algo que consideramos bueno. Por lo tanto, podemos hablar de lo malo y de lo bueno, pero, como diría Nietzsche, “más allá del bien y del mal”.
Spinoza decía que “el conocimiento del mal es un conocimiento inadecuado”, pues “el conocimiento del mal es la tristeza misma, en cuanto que somos conscientes de ella; por ende, es una pasión, la cual depende de ideas inadecuadas.” De hecho, afirma que “si los hombres nacieran libres, no formarían, en tanto que siguieran siendo libres, concepto alguno del bien y del mal.” (Ética 4, LXVIII).
Por último, supongo que Jung se refiere, al mencionar las horcas caudinas, a que los individuos que quieran solucionar sus problemas anímicos o espirituales, tendrán que “pasar por el aro”, mal que les pese, es decir, aunque no quieran. Ya sabes, para entrar en el Reino de los dichosos o bienaventurados hay que volverse como un niño; es decir, desnudarse de prejuicios, agachar las orejas del orgullo y doblar la cerviz de la obstinación, como tuvieron que hacer los romanos en aquella ocasión histórica; lo cual no deja de ser humillante para los engreídos y pagados de sí mismos, que piensan encontrar el remedio a sus males donde a ellos se les antoje, sin tener en cuenta nunca la Verdad.
No te creas que la búsqueda de la verdad no tiene recompensa. Como dijo Spinoza, haciéndose eco de un principio estoico bien conocido, “la felicidad no es un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma, y no gozamos de ella porque reprimamos nuestras concupiscencias, sino que, al contrario, podemos reprimir nuestras concupiscencias porque gozamos de ella” (ÉTICA 5, XLII).
La felicidad o libertad es el efecto inmanente del conocimiento/ sentimiento de que, en esencia, somos eternos, y de que somos partícipes de la eternidad de la Naturaleza, a la que estamos indisolublemente unidos. Pero, además, como la felicidad es la virtud misma, cuando somos dichosos podemos sujetar, dentro de límites humanos, nuestros estados anímicos y nuestras pasiones, que son siempre resultado de nuestra debilidad e impotencia.
La felicidad o libertad es el efecto inmanente del conocimiento/ sentimiento de que, en esencia, somos eternos, y de que somos partícipes de la eternidad de la Naturaleza, a la que estamos indisolublemente unidos. Pero, además, como la felicidad es la virtud misma, cuando somos dichosos podemos sujetar, dentro de límites humanos, nuestros estados anímicos y nuestras pasiones, que son siempre resultado de nuestra debilidad e impotencia.
Las cosas nos pueden, y las causas exteriores nos zarandean de muchos modos, mientras no somos felices. Por el contrario, remata Spinoza, “el sabio, considerado en cuanto tal, apenas experimenta conmociones del ánimo, sino que consciente de sí mismo, de Dios y de las cosas con arreglo a una cierta necesidad eterna, nunca deja de ser, sino que siempre posee el verdadero contento del ánimo”.
En cuanto a la corrupción : “Me he esmerado en no ridiculizar ni lamentar ni detestar las cosas humanas, sino en entenderlas”. No hay, pues, por qué reírse, pero tampoco hay por qué llorar, ni por qué indignarse ante nada. La sátira, la tristeza y la indignación son pasiones impropias. La conducta de los hombres es un efecto de causas bien precisas, aunque muchas veces no las conozcamos, como las de las tormentas o vaivenes del clima, o cualquier otro fenómeno natural.
En cuanto a la corrupción : “Me he esmerado en no ridiculizar ni lamentar ni detestar las cosas humanas, sino en entenderlas”. No hay, pues, por qué reírse, pero tampoco hay por qué llorar, ni por qué indignarse ante nada. La sátira, la tristeza y la indignación son pasiones impropias. La conducta de los hombres es un efecto de causas bien precisas, aunque muchas veces no las conozcamos, como las de las tormentas o vaivenes del clima, o cualquier otro fenómeno natural.
La corrupción política, institucional y social en España, tiene causas determinadas. Y mientras no conozcamos la causa de algo nada sabremos de ello, por mucho que lo lamentemos o lo critiquemos. Y mientras a los corruptos no les arrebatemos los medios de corrupción, seguirán corrompiéndose. Y mientras la gente honesta no se asocie, en serio, para limpiar la podredumbre, seguiremos padeciéndola. Estas serán las horcas caudinas por las que tendrán que pasar todos los regeneracionistas en cualquier lugar del mundo.
O eso o a esperar a que la hediondez de la corrupción llegue a su colmo y produzca náuseas entre una minoría biennacida y la obligue a pasar a la acción. Pero en ese caso ya no será una revolución activa, sino una reacción pasiva, y a mí ya no me interesaría.
O eso o a esperar a que la hediondez de la corrupción llegue a su colmo y produzca náuseas entre una minoría biennacida y la obligue a pasar a la acción. Pero en ese caso ya no será una revolución activa, sino una reacción pasiva, y a mí ya no me interesaría.
Porque, ya sabes, amigo mío, que la rabia, la crítica feroz, la descalificación o la protesta contra una enfermedad no la cura. ¡Bien estaríamos si los médicos del país salieran a la calle a protestar contra la gripe o la tuberculosis o el SIDA, en vez de aplicarse a buscarles remedios y tratar de curar a los enfermos!
Así que, lo dicho. Anímate. Saca fuerzas de tu debilidad, respira hondo y sigue adelante con tu vida y con tu lucha. Porque largo camino nos resta.
Así que, lo dicho. Anímate. Saca fuerzas de tu debilidad, respira hondo y sigue adelante con tu vida y con tu lucha. Porque largo camino nos resta.
J.
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