¿Qué es este monstruo, esta quimera impotente y estéril,
Esta divinidad que una odiosa corte
De curas impostores predica a los imbéciles?
¿Quieren acaso incluirme entre sus seguidores?
¡Ah no! Juro y mantendré mi palabra,
Jamás este ídolo ridículo y repugnante,
Este hijo de delirio y la irrisión
Dejará huella alguna en mi corazón.
Contento y orgulloso de mi epicureísmo
Quiero expirar en el seno del ateísmo
Y que al Dios infame con que quieren asustarme
Sólo lo conciba para blasfemarlo.
Sí, vana ilusión, mi alma te aborrece, Y para convencerte más aquí lo reafirmo, Yo quisiera que pudieses existir por un momento Para gozar del placer de insultarte mejor. ¿Qué es realmente este fantasma execrable Ese Don nadie de Dios, ser lamentable Que nada ofrece a la mirada ni nada dice a la mente, De quien teme el loco y ríe el sabio, Que nada dice a los sentidos, que nadie puede comprender, Cuyo culto salvaje derramó en todos los tiempos Más sangre que la guerra o la furia de Temis Pudieron derramar en mil años en la Tierra? Me place analizar a este bribón divinizado, Me place estudiarlo, mi ojo filosófico Sólo ve en vuestras religiones Una mezcla impura de contradicciones Que no resiste un examen si se la considera, Que se insulta con placer, se injuria y se ultraja, Producto del miedo, creación de la esperanza, Que nuestra mente nunca podría concebir, Convertido alternativamente, según quien lo exalte, En objeto de terror, de alegría o de vértigo Que el astuto impostor que lo anuncia a los hombres Hace reinar a su gusto sobre nuestros tristes destinos, Pintándolo como malvado o como bondadoso Ora matándonos, ora haciendo de padre, Adjudicándole siempre, según sus pasiones, Sus costumbres, su carácter y sus opiniones: La mano que perdona o que nos asesina. He ahí el Dios tonto con que nos adormece el cura. Pero, ¿con qué derecho el condenado por mentiroso Pretende someterme al error que lo aqueja? ¿Acaso necesito del Dios abjurado por mi saber Para comprender las leyes de la naturaleza? En ella todo se estremece, y su seno creador Actúa a cada instante sin ayuda de motor. ¿Acaso gano algo con esa doble confusión? ¿Acaso este Dios explica el origen del universo? Si él crea, ha sido creado, y así siempre Me siento impedido, como antes, de adoptar su prédica. Huye, huye lejos de mi corazón, infernal impostura; Sométete, al desaparecer, a las leyes de la naturaleza; Sólo ella ha hecho todo, tú sólo eres la nada De donde ella nos sacó un día creándonos! ¡Desvanécete pues, execrable quimera! ¡Huye lejos de estos climas, abandona la Tierra Donde sólo encontrarás corazones endurecidos Por la jerga mentirosa de tus piadosos amigos! En cuanto a mí, confieso que el horror que me produces Es a la vez tan justo, grande y fuerte, Que con placer, vil Dios, y con tranquilidad, ¿Qué digo?, y también con transporte y voluptuosidad. Yo sería tu verdugo, si tu frágil existencia Pudiera ofrecerme un punto de referencia Para mi sombría venganza, y mi brazo Pudiera llegar encantado hasta tu corazón Para probarte el rigor de mi aversión. Pero sería inútil querer alcanzarte Tu esencia elude a quien quiere cercarla. Por no poder aplastarte entre los mortales, Quisiera al menos destruir tus peligrosos altares Y mostrar a quienes se sienten aún cautivados por Dios Que ese cobarde aborto que adora la debilidad de ellos No está hecho para limitar las pasiones. ¡Oh movimientos sagrados, audaces impresiones,
Sí, vana ilusión, mi alma te aborrece, Y para convencerte más aquí lo reafirmo, Yo quisiera que pudieses existir por un momento Para gozar del placer de insultarte mejor. ¿Qué es realmente este fantasma execrable Ese Don nadie de Dios, ser lamentable Que nada ofrece a la mirada ni nada dice a la mente, De quien teme el loco y ríe el sabio, Que nada dice a los sentidos, que nadie puede comprender, Cuyo culto salvaje derramó en todos los tiempos Más sangre que la guerra o la furia de Temis Pudieron derramar en mil años en la Tierra? Me place analizar a este bribón divinizado, Me place estudiarlo, mi ojo filosófico Sólo ve en vuestras religiones Una mezcla impura de contradicciones Que no resiste un examen si se la considera, Que se insulta con placer, se injuria y se ultraja, Producto del miedo, creación de la esperanza, Que nuestra mente nunca podría concebir, Convertido alternativamente, según quien lo exalte, En objeto de terror, de alegría o de vértigo Que el astuto impostor que lo anuncia a los hombres Hace reinar a su gusto sobre nuestros tristes destinos, Pintándolo como malvado o como bondadoso Ora matándonos, ora haciendo de padre, Adjudicándole siempre, según sus pasiones, Sus costumbres, su carácter y sus opiniones: La mano que perdona o que nos asesina. He ahí el Dios tonto con que nos adormece el cura. Pero, ¿con qué derecho el condenado por mentiroso Pretende someterme al error que lo aqueja? ¿Acaso necesito del Dios abjurado por mi saber Para comprender las leyes de la naturaleza? En ella todo se estremece, y su seno creador Actúa a cada instante sin ayuda de motor. ¿Acaso gano algo con esa doble confusión? ¿Acaso este Dios explica el origen del universo? Si él crea, ha sido creado, y así siempre Me siento impedido, como antes, de adoptar su prédica. Huye, huye lejos de mi corazón, infernal impostura; Sométete, al desaparecer, a las leyes de la naturaleza; Sólo ella ha hecho todo, tú sólo eres la nada De donde ella nos sacó un día creándonos! ¡Desvanécete pues, execrable quimera! ¡Huye lejos de estos climas, abandona la Tierra Donde sólo encontrarás corazones endurecidos Por la jerga mentirosa de tus piadosos amigos! En cuanto a mí, confieso que el horror que me produces Es a la vez tan justo, grande y fuerte, Que con placer, vil Dios, y con tranquilidad, ¿Qué digo?, y también con transporte y voluptuosidad. Yo sería tu verdugo, si tu frágil existencia Pudiera ofrecerme un punto de referencia Para mi sombría venganza, y mi brazo Pudiera llegar encantado hasta tu corazón Para probarte el rigor de mi aversión. Pero sería inútil querer alcanzarte Tu esencia elude a quien quiere cercarla. Por no poder aplastarte entre los mortales, Quisiera al menos destruir tus peligrosos altares Y mostrar a quienes se sienten aún cautivados por Dios Que ese cobarde aborto que adora la debilidad de ellos No está hecho para limitar las pasiones. ¡Oh movimientos sagrados, audaces impresiones,
Sed para siempre el objeto de nuestros honores,
Los únicos que pueden ofrecerse en el culto de los
verdaderos sabios,
Los únicos en todos los tiempos que deleitan su corazón,
Los únicos que ofrece la naturaleza a nuestra felicidad.
Aceptemos su imperio, y que su violencia,
Subyugando nuestras mentes sin la menor resistencia,
Convierta impunemente nuestros placeres en leyes:
Lo que prescribe su voz basta para nuestros deseos.
Sea cual fuere el desorden donde nos conduzca
Debemos aceptarlo sin pena ni remordimientos,
Y, sin consultar nuestras leyes ni nuestras costumbres,
Entregarnos ardientemente a todos los excesos
Que siempre nos indica la naturaleza con sus manos.
Respetemos siempre su susurro divino.
Lo más preciado para sus planes
Es lo que inútiles leyes castigan en todos los países.
Lo que parece al hombre una terrible injusticia
No es más, para nosotros, que el efecto de
su mano corruptora,
Y cuando, según nuestras costumbres, tememos infringirla
En realidad logramos honrarla mejor.
Esas bellas acciones que vos llamáis crímenes,
Esos excesos que los tontos creen ilegítimos,
Son sólo las desviaciones que agradan a sus ojos,
Los vicios, las inclinaciones que le agradan más.
Lo que graba en nosotros es siempre sublime;
Aconsejando el terror, ella ofrece la víctima:
Golpeemos sin vacilar y nunca temamos
Por haber cometido crímenes cediendo a sus impulsos.
Pensemos en el rayo en sus manos sanguinarias,
Que estalla al azar, y los hijos, y los padres,
Los templos, los burdeles, los devotos, los bandidos,
Todo agrada a la naturaleza: necesita delitos.
También la servimos cometiendo crímenes.
Cuando nuestra mano ataca ella la estima más.
Usemos los poderosos derechos que ejerce sobre nosotros
Entregándonos sin cesara las más monstruosas aberraciones.7
Nada está prohibido por sus leyes homicidas,
Y el incesto, la violación, los parricidios,
Los placeres de Sodoma y los juegos de Safo,
Todo lo daña al hombre o lo lleva a la tumba,
Sólo son, estemos seguros, maneras de complacerla.
Al acabar con los dioses, robémosles el trueno
Y con el rayo incandescente destruyamos
Todo lo que nos desagrada en un mundo abominable.
Sobre todo, no ahorremos nada: que sus maldades
Sirvan de ejemplo para nuestras proezas.
Nada es sagrado: todo en este universo
Debe ceder al yugo de nuestras fogosas tendencias.8
Cuanto más nos multipliquemos, variaremos la infamia,
La sentiremos mejor en nuestra alma obstinada
En repetir, en alentar nuestros cínicos intentos
Para llevarnos diariamente y paso a paso a los crímenes.
Después de los mejores años, si su voz nos llama,
Regresemos junto a ella burlándonos de los dioses;
Su crisol nos aguarda para recompensarnos;
Lo que adquiere su poder, nos lo devuelve su necesidad.
Allá todo se reproduce, todo se regenera;
La puta es la madre de los grandes y de los pequeños,
Y todos nosotros siempre somos muy queridos para ella,
Monstruos y malvados como buenos y virtuosos.
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