En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, Rey de Reyes y Juez Supremo de vivos y muertos, y por la autoridad concedida a este humilde servidor por el Sumo Pontífice y por mandato del Santísimo Oficio de la Inquisición en estos reinos de España, procedo, Yo, Fray Hipólito Ledesma Doppelgänger Doctor en Sagrada Teología e indigno siervo de la Iglesia pero celoso guardián de la Fe, a levantar acta solemne contra el sujeto Alejandro Amenanal, llamado entre el vulgo maestro de cine y en verdad siervo de Satanás, autor de la obra intitulada El Cautivo, en la cual se ultraja la memoria del insigne Miguel de Cervantes Saavedra y se pervierten los ánimos cristianos con espectáculos torpes, blasfemos y sodomíticos.
Sea pues registrado este proceso para memoria perpetua en los archivos de nuestra Santa Madre Iglesia, a fin de que quede constancia de cómo los herejes y apóstatas de nuestro tiempo, bajo capa de arte y de cultura, siembran escándalo, confusión y herejía en el vulgo ignorante, y de cómo la Santa Inquisición, brazo armado de Dios en la tierra, los desenmascara, reprende y entrega al fuego purificador.
Conviene, antes de pasar a la relación de los cargos, declarar que no nos mueve odio personal ni pasión baja, sino celo de la gloria divina, amor a la verdad histórica y defensa del honor de nuestras letras, mancilladas por el susodicho Amenanal. Pues si el gran Cervantes, soldado de Lepanto, prisionero en Argel, mártir de su tiempo y padre de nuestras letras, levantara la cabeza, pediría él mismo la hoguera para quien osa convertir su cautiverio en comedia de taberna, su sufrimiento en sainete y su fe cristiana en carnaval contra natura.
Así pues, habiendo examinado con diligencia la obra, escuchado testimonios de doctos y legos, y comparado lo visto con las crónicas verídicas de aquel tiempo, hallamos múltiples errores, engaños y blasfemias, que en esta acta quedan recogidos.
Primeramente, declaramos probado que el dicho Amenanal, olvidado del decoro y reverencia debidos, usurpó la memoria sagrada de Miguel de Cervantes Saavedra, autor inmortal de las Españas, presentándole no como soldado esforzado ni como cristiano paciente, sino como mozo enamoradizo, inclinado a placeres lujuriosos con su propio carcelero. Así lo que fue violación nefanda se convierte en romance melodramático; lo que fue abuso, se pinta como amor secreto, blanqueando la abominación con falso barniz de perfumada poesía oriental. Este artificio, además de injuria al escritor más grande de nuestra lengua, es también ejemplo peligroso para la juventud, pues convierte el pecado en gloria y la violencia en ternura.
Asimismo, hallamos que el dicho Amenanal, en lugar de retratar con verdad histórica el Argel de cadenas, cuchillos y mercados de esclavos, lo convierte en Chueca berberisca, poblada de mancebos perfumados, rajás de ojos azules, travestidos con babuchas, y barberías convertidas en lupanares sodomíticos, representando al islam otomano como vergel tolerante, y a la España católica como rancio infierno . El cautiverio, que debiera mostrarse como martirio y cárcel, se trueca en sauna Sabiniana, donde todo es danza, masaje. aceites y carantoñas, escandalizando así a los fieles y glorificando lo execrable. . De esta suerte, lo que en verdad fue sufrimiento heroico, el encausado lo torna en festival carnavalesco, apto para calentar los lúbricos deseos de la peligrosa y pecaminosa secta a la que debe obediencia, pero indigno de la memoria cervantina y del buen gusto cristiano.
Más aún: en su artificio y modo, la obra carece de ingenio y primor, prolixa et inanis, es larga cual Cuaresma sin Pascua, mas vana en contenido, y el Arte puesto en escena es plano, sin riesgo ni inventiva, cual espectáculo titiritero de barraca de feria, sin mover al ánimo ni a la contemplación. Aun la música, en vez de levantar el espíritu, induce al bochorno por su ñoñería, en vez de acompañar a las imágenes, expulsa al espectador; y la fotografía, en vez de atmósfera, derrama gas pestilente, cual metano de sauna mora y con su artificiosidad convierte cada instante en autoparodia. Se prometía epopeya de aventuras, mas lo que recibimos, fue obra falta de alma y de fuego, de una narrativa criminal: escenas eternas que desesperan, alternadas con otras atropelladas que no dejan resuello. Hallamos que el dicho Amenábar reduce al gran Cervantes a cuentacuentos de mercadillo, juglar de taberna, que entretiene a cautivos harapientos con relatos de moras y cristianos mal hilados. Jamás pronuncia el supuesto Cervantes de la cinta sentencia memorable ni ingenio alguno; antes bien, todas sus líneas son predecibles, de manual y cartón. El genio literario se vuelve fantoche, y el padre de nuestras letras, bufón de cuartelillo.
Y aún más grave: los abusos que en verdad sufrió Cervantes durante su cautiverio son disfrazados aquí de romance moro. En vez de mostrar la violencia que padeció nuestro ilustre manco, el nombrado director pinta caricias y suspiros en vez de tiranía, de tal suerte, que el sufrimiento atroz es convertido en folletín erótico. Y, por si fuera poco, introduce fantasías absurdas: colectas callejeras que en un solo día reúnen quinientos escudos de oro, como si Argel fuese mercado festivo de la Plaza Mayor. Este dislate, además de ridículo, es injuria a la memoria de la verdadera pobreza y el verdadero dolor de los cautivos.
El libreto abunda también en trucos baratos, sírvase de ejemplo el ardid de quemar no una, sino dos veces, un informe del Santo Oficio, siendo recurso tan pobre que aun en comedias de farsantes no sería admitida semejante treta propia de mal escribano, mostrando lo lejos que queda el escaso talento de Amenanal comparado con el ingenio inmortal de Cervantes. Por otra parte, el reparto de comediantes resulta grotesco, con inquisidores de sainete que parecen porteros de corralas vecinales, verdugos que se enamoran del reo, un sultán que más que déspota otomano, parece modelo de pasarela, con barba perfilada y ojos azules, pura fantasía bujarra salida de carroza de Orgullo, y un rajá que de brutal otomano se torna de repente en enamorado hasta las trancas, clamando con voz ridícula: *“Yo no te empalo”, escándalo y risa provocó la frase en la sala, pero de escarnio, no de gusto. Y Cervantes mismo, en vez de soldado maltrecho, aparece como galán de inmaculada dentadura con sempiterno muñón escondido en vientre tras chaquetilla, gesto que no pasa desapercibido pues se trata de un guiño a los Hermanos de La Viuda a los que el autor les debe su carrera y cuya malvada Fe profesa con devoción como ya ha venido demostrando en sus anteriores obras en las que pervierte al vulgo haciendo apología del suicidio, proselitismo del nihilismo, empoderamiento de rajudas, invocaciones satánicas y burla a los valores de la España eterna.
Y es que, ahondando en ello, no menor es la injuria de su alianza con Arturo Péstez-Retrete, antaño paladín de lengua filosa y en esta ocasión lisonjero de piropos hueros. Pues ambos, como Hijos de la Viuda que en secreto son, se protegen y alaban mutuamente como venenosas serpientes en su nido: Péstez-Retrete alaba la cinta como “valiente y bien hecha”, mientras Amenanal la llama “homenaje al arte de contar”. Pero todo ello no es sino humo, apariencia y vanidad, “nihil sub sole novum”, “vanitas vanitatum et omnia vanitas”
De más está decir que la obra incurre también en herejía doctrinal, confundiendo libertad del espíritu con libertinaje de la carne. Y nadando a favor de la corriente de su tiempo, trueca la memoria de Cervantes, que resistió cinco años de cadenas forzadas sin quebranto de su Fe cristiana, en caricatura acorde a los tiempos que corren, donde toda figura histórica ha de ser sodomizada y convertida en bandera de minorías heréticas. Que la Televisa española, en infame alianza con ese sodomicero de Satán llamado Disney, estén detrás de esta conjura, confirma la corrupción cultural que padecemos, donde los gigantes se truecan en liliputienses y la épica se reduce a fábula pueril pagada en parte por la Hacienda Pública, lo cual multiplica la culpa, pues se usan los impuestos de cristianos fieles para mancillar la memoria del mayor escritor español de todos los tiempos al que convierte en mascarón de proa de filias sodomíticas, y así, una vez más, el vulgo ignorante repleto de pobres de espíritu que acuden a las salas oscuras pagan no una, sino dos veces, los desmanes, caprichos y vicios de sus señores.
No faltan en la cinta errores de moral gravísimos: la dulcificación de la violación entre varones, presentada con tono romántico, que blanquea la violencia sexual y manda un mensaje peligroso a la juventud cristiana. En lo que sería claro abuso, la obra pinta romance y lo que sería crimen, lo convierte en caricia, lo que debía ser drama histórico se convierte en comedia bufonesca; lo que debía ser homenaje al genio, se trueca en insulto; donde hubo épica, pone pastel; donde hubo tragedia, pone opereta; donde hubo fe, pone herejía; y de esta manera, lo que debiera ser obra magna se vuelve carnaval de sucio y lujurioso deseo reprimido.
En su soberbia, Amenanal ignora la universalidad de Cervantes y lo reduce a proyección de sus fobias y filias íntimas, usando al genio como espejo de su propio narcisismo, y así, el espectador no sale edificado, sino hundido en el fango; no sale elevado, sino corrompido por una obra que es truño pestilente, colina de estiércol, melodrama barato, cutrerío de sobremesa, y vilipendio de la memoria de Cervantes, manco inmortal cuyo genio perdurará por los siglos de los siglos mientras que el discutible talento del encausado será pestilente flor de un día destinada al olvido presto.
Y porque la culpa es grave y pertinaz, pronunciamos contra él la fórmula de excomunión solemne:
Anathema sit! Maledictussit cum camera obscura, cum tripode et cum lente
Y dado que el encausado Alejandro Amenanal de la Morería, culpable de herética pravedad cinematográfica, apóstata de la verdadera histórica, blasfemo contra la memoria de Miguel de Cervantes, corruptor de la juventud por medio de la glorificación del vicio y la sodomía, usurpador de bienes públicos, hijo de la Viuda y reincidente en los delitos de vanidad y soberbia, además no ha mostrado contrición alguna ni ha pedido misericordia, antes bien se gloría en sus desvaríos, osamos proclamar la pena que por divina justicia se le debe.
Sea, pues, arrancado de entre los fieles y entregado al brazo seglar, no por odio de su persona, mas por aborrecimiento de sus yerros, para que el fuego material devore lo que el fuego espiritual no pudo purgar. Y cuando la llama ascienda, levantando humareda al cielo, se vean en ella las sombras de cuantos, seducidos por sus ficciones, tropezaron en el escándalo: muchachos con mancebos, cautivos con verdugos, ídolos de cartón en vez de historia verdadera. Arderán las visiones de su Argel falsificada, la mancebía de su fantasía, y la risa de sus cómplices que aplauden lo nefando. Y caigan sobre él las plagas de Egipto, y los gusanos roan su memoria, y los cuervos graznen sobre su nombre, de modo que quede borrado de los anales de la cristiandad como polvo en el aire.
Sea su film quemado en plazas y atrios, y sus rollos fílmicos reducidos a ceniza, para que España no perezca bajo el oprobio de semejante libelo sodomítico y pestilente. Y advertimos: si alguno de aquí adelante osare resucitar estas imágenes o repetir en comedias semejante infamia, incurra en igual anatema, excomunión y hoguera, pues así conviene a la salvación de las almas y a la limpieza de la fe.
Por tanto, como ministro de esta Santa Inquisición, declaro, sentencio y firmo:
Relaxamus Alejandro Amenanal ad brachium saeculare, utcomburatur, donec corpus eius fiat favilla et memoriaeius in perpetuumdeleatur
Christi nomine invocato. Fiat.
Hipolito Ledesma Doppelgänger
Jot Down
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