Buenas noches, príncipes de Main, Reyes de Nueva Inglaterra y bienvenidos a una nueva edición del Club de los Lectores Muermos.
La obra que hoy nos ocupa, Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, es una obra muy especial para mí. Mi madre me la leyó varias veces durante mi infancia, de tal forma que estoy convencido de que yo soy el que soy, en parte porque durante mucho tiempo viví mi fantasía inmerso en sus páginas.
En el entrelazado de las vivencias de Platero y su dueño, descubrimos una multitud de reflexiones sobre la vida, la muerte, la amistad, la naturaleza y la sencillez de lo cotidiano. Esta obra nos invita a mirar más allá de lo superficial, a encontrar belleza y significado en los detalles insignificantes de la vida. Un tema recurrente en la filosofía clásica que nos recuerda la importancia de apreciar el aquí y el ahora.
Por otro lado, también nos permite explorar aspectos psicológicos como la empatía, la nostalgia, el duelo o la alegría. En la relación entre Platero y su dueño vemos reflejada la conexión emocional que los seres humanos pueden desarrollar con otros seres, sean humanos o no, y cómo estas relaciones influyen en nuestra percepción del mundo.
Argumento de la obra. Platero es pequeño, suave, peludo, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Tan solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. En Platero y yo, Juan Ramón Jiménez traza el lienzo de un pequeño pueblo andaluz donde la vida fluye en el susurro de los olivos y el cielo azul inmenso.
En este escenario platero, un burrito de pelo suave y mirada tierna se convierte en el compañero fiel del narrador, un poeta que ve en él un reflejo de la pureza y la belleza del mundo. Juntos recorren los caminos polvorientos y las veredas floridas, encontrándose con personajes sencillos pero profundos, cada uno portador de una historia, un sueño, una pena.
La obra es un tejido de episodios, momentos capturados como perlas de una existencia compartida donde la risa y el llanto, el juego y la reflexión se entrelazan. No hay un argumento lineal en platero y yo, sino más bien un fluir de experiencias y de emociones, un diálogo continuo entre el hombre y la naturaleza, entre el alma y el mundo. Es una invitación a mirar con ojos nuevos lo cotidiano, a encontrar en lo pequeño la esencia de lo infinito, a escuchar en el silencio las palabras no dichas del corazón.
Biografía del autor. Juan Ramón Jiménez, nacido el 23 de diciembre de 1881 en Moguer, una pequeña localidad de Andalucía, es una figura emblemática de la poesía española del siglo XX. Su vida, marcada por una búsqueda constante de belleza y perfección en el arte, se entrelaza profundamente con su obra. Desde joven, Juan Ramón mostró un temperamento melancólico y una sensibilidad excepcional, rasgos que definirían su personalidad y su poesía.
Comenzó a escribirla en su adolescencia, influido inicialmente por el modernismo, especialmente por la obra de Rubén Darío. Su vida estuvo marcada por episodios de depresión y crisis emocionales, lo que lo llevó a periodos de aislamiento y tratamiento en sanatorios. Estos episodios de salud mental tuvieron un impacto significativo en su obra, dotándola de una intensidad y profundidad emocional muy particulares.
En 1912, su encuentro y posterior matrimonio con Zenobia Camprubí i Aymar , una mujer culta e independiente,(murió tres días después de la concesión del Nobel a Juan Ramón) marcó un punto de inflexión en su vida y obra. Zenobia no solo fue su compañera y su musa, sino también una colaboradora literaria esencial. Juntos tradujeron la obra de Tagore, lo que influyó notablemente en la evolución de su poesía hacia un estilo más simbolista y más espiritual.
La guerra civil fue un periodo oscuro para Juan Ramón, quien era profundamente apolítico, pero sensiblemente afectable por el entorno. En 1936 exilió a América, donde vivió en países como Cuba, Estados Unidos y Puerto Rico. Este exilio influyó en su obra añadiendo tonos de nostalgia y de desgarro. En 1956, su obra Platero yo, un delicado relato sobre un poeta y su burro, lo hizo merecedor del Premio Nobel de Literatura.
Falleció el 29 de mayo de 1958 en Puerto Rico. Su legado se mantiene vivo no solo a través de sus obras, sino también como un símbolo de la lucha constante del artista por alcanzar la pureza y la perfección en su arte. Una búsqueda que lo llevó desde los rincones más oscuros de su alma hasta la luz brillante de su genio poético.
Contexto histórico. Platero y yo fue escrita en el contexto de las primeras décadas del siglo XX, un periodo marcado por profundos cambios sociales, políticos y culturales tanto en España como en el resto del mundo. Este contexto histórico, sin duda, influyó en la obra de Juan Ramón Jiménez de varias formas.
A finales del siglo XIX y principios del XX, Europa experimentaba el modernismo, un movimiento que buscaba una renovación artística frente al materialismo y la realidad industrial fea de la época. Esta corriente se caracterizaba por una búsqueda de la belleza, la elegancia en el lenguaje y un alejamiento de la realidad cotidiana.
En Platero y yo se puede apreciar esta influencia en la delicadeza de su prosa y su enfoque en lo bello y lo puro como una respuesta a la complejidad y a veces la fealdad del mundo moderno. El cambio de siglo trajo en España un periodo de inestabilidad política y social. Las diferencias entre las zonas rurales y las ciudades se acentuaban y se gestaban tensiones políticas que finalmente conducirían a la guerra civil española.
En Platero y yo, aunque de manera indirecta se puede sentir una nostalgia por esa vida rural sencilla, pacífica y en armonía con la naturaleza, en contraste con la complejidad y los conflictos de la vida urbana y política. Platero y yo se gestan en un contexto de transición y de cambio, donde el deseo de belleza, de simplicidad y conexión con la naturaleza sirve como contrapunto a la complejidad y agitación del mundo moderno.
De este modo, el libro se convierte en un refugio poético, una especie de oasis de paz en medio de un turbulento mar de cambio social y tecnológico vividos a principios del siglo XX.
Obras relacionadas. Por un lado, esta obra se nutre de las corrientes literarias de su época, especialmente el modernismo. Y por otro, su influencia se extiende en obras posteriores, marcando un camino en la exploración de la relación entre el hombre, la naturaleza y la introspección.
La capacidad que tiene Jiménez para capturar la belleza de lo cotidiano y lo simple ha resonado en generaciones y generaciones de lectores y escritores, demostrando el poder perdurable de su visión poética. Platero y yo no podría haberse concebido sin la influencia, por ejemplo, de Azul de Rubén Darío. Este libro es considerado una pieza clave del modernismo literario y podría haber influido en el estilo lírico y la sensibilidad estética de Jiménez.
Por otro lado, tenemos la obra de Tagore. Su filosofía y poesía, que están centradas en la naturaleza, la espiritualidad y la sencillez, resonaron con Juan Ramón Jiménez y se reflejan en las páginas de este libro.
Campos de Castilla de Antonio Machado, contemporáneo a Platero y yo, comparte la atención a la naturaleza y el paisaje español, aunque con un enfoque más social y menos lírico. Por su parte, es indudable que la novela ha influido en obras como El Principito de Anto de Santuperie, aunque más conocido como libro para niños, el Principito comparte con Platero y yo una visión poética y reflexiva sobre la vida y la naturaleza, presentando temas profundos de una forma muy sencilla.
También se ha visto influida la obra de Juan Goitolo, en concreto, Señas de identidad. Es muy diferente en estilo, pero refleja la misma preocupación por la identidad española y el cambio social que se puede entrever en la obra de Jiménez. Si les gusta la retórica de Platero yo, hay otras obras que presentan una gran semejanza formal y de contenidos, por ejemplo, El libro de los gorriones de Gustavo Adolfo Becker o Los pequeños poemas en prosa de Charles Baeller.
Aunque tienen una temática más oscura, la forma de poesía en prosa de Bodeller comparte muchas similitudes con el estilo de Jiménez en Platero y yo.
Temas que trata Platero y yo. Sería demasiado simple decir que estamos ante una novela que trata sobre la amistad de un hombre y un burrito. Platero y yo se publica en 1914, en una España que arrastra el desencanto del desastre del 98 y vive las tensiones de una modernización a trompicones.
La sociedad andaluza, en concreto la de Moguer, el pueblo de Juan Ramón, estaba marcada por la pobreza, la desigualdad, la ignorancia y un caciquismo feroz. En ese entorno, el burro no es solo un animal de carga, es un símbolo social. Representa al jornalero humilde, al campesino explotado, al que carga con todo sin quejarse y sin derecho a voz.
En cierto modo, Platero es la figura silenciada del pueblo llano, pero Juan Ramón no se limita a hacer un retrato costumbrista. Eleva a Platero a un plano casi espiritual. Lo presenta como depositario de la sensibilidad pura, de la bondad innata frente a una humanidad envilecida. En el contexto de la generación del 98, donde los autores reflexionan sobre la identidad de España, su decadencia y su porvenir, Juan Ramón hace su diagnóstico.
España necesita regresar a la sensibilidad, al alma, al corazón puro. Y Platero encarna ese ideal perdido, esa inocencia que la España oficial ha abandonado. La inocencia y la amistad. Platero y yo en su esencia es un canto a la inocencia y a la amistad, temas que se entrelazan a lo largo de toda la obra a través de la relación entre el narrador y platero.
El propio platero es símbolo de esa inocencia. No se trata simplemente de un animal manso y bueno, es también alguien que encarna la fidelidad sin condiciones. Nunca juzga, nunca traiciona, nunca espera recompensa. En el capítulo El loco, por ejemplo, se describe al loco del pueblo con una mezcla de ternura y de respeto y se muestra como la mirada inocente, la del loco o la del animal, es a veces más pura que la de los hombres presuntamente cuerdos. Este tipo de inocencia no se contrapone a la inteligencia, sino a la malicia. La amistad nace de esa inocencia compartida. Juan Ramón establece con Platero una relación que va mucho más allá de la compañía utilitaria. Es una amistad desinteresada, casi sagrada, donde ambos se acompañan sin exigencias ni intereses ocultos.
Esta amistad se parece mucho a la filia que describe Aristóteles en su ética a Nicómaco. La amistad que nace del reconocimiento mutuo del bien, la que se da por el otro mismo, no por utilidad o por placer inmediato. El capítulo Amistad deja precisamente patente esto al mostrar como el narrador encuentra en platero un confidente silencioso, un receptor de sus pensamientos y de sus emociones.
No solo con el burro, también con los niños, con los pobres del pueblo, con los animales del campo.
La amistad para Juan Ramón es un lazo natural, no forzado, que se da cuando uno se acerca al otro sin máscaras. En la literatura, esta visión enlaza con la corriente post-romántica que valora la pureza emocional, la amistad sincera y la empatía como antídotos frente a la deshumanización de la sociedad moderna.
Y también conecta con la idea del hombre natural de Rousseau, en el que el ser humano es bueno por naturaleza. Y es la sociedad la que lo pervierte. Y si miramos a la filosofía contemporánea, podríamos vincular esta mirada a la ética del cuidado, una idea que defiende las relaciones basadas en la atención mutua y la empatía como fundamentales para la vida humana.
Juan Ramón practica esta ética en su forma más espontánea, el cuidado del otro sin cálculo ni interés por el simple gozo de compartir la existencia. La muerte y el duelo. El tema de la muerte y el duelo atraviesa a Platero y yo con una delicadeza que conmueve, precisamente porque no cae ni en el dramatismo ni en el sentimentalismo fácil.
En el libro se habla de la muerte con la naturalidad de alguien que la ha asumido como parte inseparable de la vida. En muchos pasajes la muerte no es una excepción trágica, es una certeza suave, como el paso de las estaciones o como la caída de las hojas. El capítulo La muerte dice así: "Encontré a platero echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes.Fui a él, lo acaricié hablándole y quise que se levantara. El pobre se removió todo bruscamente y dejó una mano arrodillada. No podía. Entonces le tendí su mano en el suelo, lo acaricié de nuevo con ternura y mandé venir a su médico. Por la cuadra, en silencio, encendiéndose cada vez que pasaba por el rayo de sol de la ventanita, revolaba una bella mariposa de tres colores.
Esta escena destila la aceptación estoica de la muerte como un final inevitable, pero sin rencor ni desesperación, más aún, sin grandilocuencia. Otro ejemplo es la tísica, que se centra en una joven enferma de tuberculosis. Juan Ramón describe el encuentro con esa muchacha pálida y frágil, retratando con delicadeza su condición y la tristeza que inspira. Pero el capítulo se convierte en una reflexión sobre la compasión, la resignación. Evoca la imagen romántica de la damas de la Carmelia, donde la enfermedad se asocia con cierta belleza melancólica. Lejos de recrearse en el dolor, el texto es capaz de mostrarnos como la belleza y la tristeza se entrelazan en la memoria. La muerte, lejos de borrar la ternura de la vida, la ilumina. Siempre el tono con el que se trata la muerte es de amor sereno. Esa visión se acerca a la enseñanza de los estoicos, en especial de Seneca, quien sostenía que el sabio acepta la muerte como algo natural y no teme al fin, porque la vida es un préstamo, no es una propiedad. En cierto modo, la obra podría servir de consuelo ante el duelo, porque nos dice que el recuerdo amoroso es una forma de vencer a la muerte, que el cariño que damos y recibimos sigue viviendo en la memoria y en la palabra y que el duelo no exige olvidar ni romper, sino conservar con ternura aquello que se ha perdido.
La belleza del instante, la compañía sencilla, la aceptación de la finitud. Todo eso forma una suerte de antídoto frente a la angustia vital. La belleza de las cosas simples y cómo nos producen felicidad. Platero y yo en esencia es un elogio a la belleza discreta de la vida cotidiana y en eso está íntimamente emparentado con la filosofía epicurea, pero no la caricatura vulgar del hedonismo, sino el epicure verdadero, el que propone la búsqueda de la ataraxia, la serenidad del alma. En el libro, Las flores, el canto de un pájaro, el gesto de un niño, la brisa de la tarde producen dicha profunda, esa satisfacción íntima que nace del saborear la vida en su forma más sencilla. Justo lo que Epicuro defendía cuando hablaba de los placeres moderados, los placeres de las cosas naturales y necesarias.
Epicuro advertía, contra la ansiedad que provocan la ambición, el miedo al dolor, la dependencia de lujos o la búsqueda de poder.
Juan Ramón vive un retiro casiético junto a Platero. Encarna esa misma huida del bullicio social y de las preocupaciones artificiales. Su felicidad proviene de la contemplación del instante, del contacto puro con la naturaleza y de la amistad sincera. Y aquí el puro representa esa amistad sin dobleces. Ambos, Epicuro y Juan Ramón, entienden que la belleza está donde uno aprende a mirarla. La caricia de la brisa, el sonido del arroyo, la compañía silenciosa de un animal son experiencias que bastan para alimentar el alma cuando se vive en armonía con el mundo.
Esta visión propone una ética de la simplicidad. Vivir sin perturbarse, encontrar alegría en lo modesto y evitar la esclavitud del deseo insaciable. Por eso yo creo que este libro puede leerse como un tratado poético de la felicidad de Epicureo. El libro, en lugar de intentar cambiar el mundo o de cambiarlo con estridencias, nos muestra que la felicidad se cultiva en lo pequeño, que basta con aprender a mirar y sentir sin ansia.
En tiempos donde la España del 98 se agitaba entre el pesimismo y el ansia de regenerarlo todo, Juan Ramón ofrecía un camino alternativo, el goce íntimo de la belleza sencilla, una belleza que tiene el poder de conectar al ser humano con su esencia más pura, la relación del hombre con la naturaleza.
El paso del tiempo y la nostalgia. El paso del tiempo en esta novela es un hilo silencioso que atraviesa toda la obra. En lugar de presentarse como una línea cronológica, la novela es un ciclo de recuerdos, de estaciones y de escenas que dejan un pozo de melancolía. Juan Ramón no narra una historia continua. Ofrece estampas que cuando se suman construyen una sensación de pérdida de un mundo que se desvanece mientras se intenta atraparlo en las palabras.
La nostalgia impregna la obra como la conciencia dolorosa de que la belleza y la inocencia son fugaces. El poeta pasea con platero y celebra lo simple del momento, pero en su mirada hay siempre una sombra. la certeza de que ese instante pasará, que la infancia se perderá, que la pureza del campo y sus gentes van a corromperse o van a morir.
Platero mismo, pese a su apariencia inmortal en la memoria del narrador, es un símbolo de lo que no se puede retener. Esto conecta profundamente con la sensibilidad modernista de la época, donde la belleza y el arte se entendían como un refugio frente a un mundo en decadencia. Aunque tiene un estilo más sobrio y menos decadentista que otros modernistas, Juan Ramón comparte esta obsesión por la fuga del instante bello.
Igual que Rubén Darío o los simbolistas franceses, busca atraparlo efímero y en la palabra poética detener lo que está condenado a irse. También resuena el influjo del 98 con su mirada crítica a la España atrasada y su nostalgia por un país idealizado que nunca fue. Sin embargo, donde Unamuno o Baroja optan por la lucha, la denuncia, Juan Ramón se refugia en la contemplación.
Su nostalgia no es rabia, no es resignación. En lugar de ello, nos presenta un acto de amor infinito hacia lo que desaparece. Hay en ello un cierto eco de pre-romanticismo, en esa tristeza suave ante la muerte, la niñez perdida y la naturaleza que muere cuando llegua al otoño.
La soledad y la compañía. El narrador vive en un retiro casi monástico, apartado del bullicio humano, rodeado de naturaleza y pequeños seres vivos. Pero esta soledad no es amarga, es buscada y encuentra en la figura de Platero una compañía silenciosa que no habla, que no exige, que no traiciona y por eso se convierte en el compañero ideal para un alma que busca la paz y la reflexión. Este vínculo recuerda la idea de la soledad habitada que tratará después la filosofía existencialista.
Estar solo no significa estar vacío o aislado. Al contrario, la compañía auténtica solo es posible cuando nace de la aceptación plena de la propia soledad. Charre, décadas después dirá que el infierno son los otros cuando la relación humana está mediada por el poder o por la necesidad. En Platero y yo, Juan Ramón escapa de ese infierno y encuentra en la compañía muda de un animal una forma de estar acompañado sin dejar de ser uno mismo.
Desde la literatura este tratamiento de la soledad se vincula al simbolismo. Oddeler o Mayarmé escribieron sobre la imposibilidad de la comunicación humana plena y buscaron precisamente en la naturaleza o en lo simbólico un refugio. Juan Ramón precede a esa sensibilidad. También resuena el influjo del romanticismo que entendía la soledad como un estado necesario para la creación o para la introspección.
Como los románticos, Juan Ramón asocia la compañía verdadera al mundo natural y a un diálogo silencioso con uno mismo a través de los otros. La filosofía de Schopenhauer también planea sobre esta visión. Schopenhauer veía la amistad como la menos egoísta de las relaciones humanas, la única donde no hay deseo de dominio.
En ese sentido, Platero representa la amistad ideal, la del ser que acompaña sin querer nada a cambio.
La conexión entre el ser humano y los animales y su entorno. Aquí el autor presenta un vínculo esencial, casi sagrado. Juan Ramón observa la naturaleza desde la humildad del que se sabe parte de ella en lugar de desde la superioridad del hombre civilizado.
Platero, las flores, los niños, los pobres, los insectos o los árboles son tratados con la misma delicadeza y el mismo respeto. Su mirada no ofrece jerarquías. En lugar de ello, presenta un reconocimiento profundo de la interdependencia de todos los seres del mundo. Esta concepción se alinea con la visión panteísta que atraviesa buena parte de la literatura y la filosofía del siglo XIX.
La naturaleza es una entidad viva en la que todo, incluido el ser humano, participa. Esto dijo Walt Whitman en hojas de hierba. Me celebro y me canto a mí mismo. Y lo que yo diga ahora de ti, lo digo de mí. Porque lo que yo tengo lo tienes tú y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también. Vago e invito a vagar a mi alma. Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra para ver cómo crece la hierba del estigo. Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí de esta tierra y de estos vientos. Me engendraron padres que nacieron aquí, de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí, de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también. ¿Ven? Panteísmo puro, igual que el de Rousseau, igual que el de Juan Ramón Jiménez. También resuena la influencia del romanticismo alemán, que entiende la naturaleza como una manifestación del espíritu, algo con lo que el hombre puede y debe estar en comunión.
La inocencia, la amistad, la muerte, el duelo, la belleza en lo simple, el paso del tiempo, la nostalgia, la soledad, la compañía y la profunda conexión del ser humano y la naturaleza. Cada uno de estos temas entrelazados en la narrativa poética de la relación entre un hombre y su burro, nos invita a contemplar la vida desde una perspectiva más amplia, más enriquecedora.
Y básicamente en eso consisten las obras geniales. Cuando te enfrentas a una obra extraordinaria, tu visión del mundo puede llegar a cambiar. Puedes llegar a verlo con otros ojos. Así que en ese sentido, chicos, misión cumplida. Juan Ramón, Platero y yo no es solo la historia de un hombre y su burro, es una oda a la vida misma, una invitación a abrir los ojos y el corazón a la belleza y profundidad de nuestro mundo y nuestras relaciones.
Y en ese viaje literario descubrimos que las verdades más profundas a menudo se encuentran en los detalles más pequeños y en los momentos más sencillos.
Hasta aquí una nueva edición del club de los lectores muermos. Mientras esperamos próximas ediciones, ya saben que seguiré publicando innecesariamente en esta roca en mitad del Mediterráneo que es toda mi verdad. Hasta que nos volvamos a ver. Bendiciones y buenas noches.
Fabián C. Barrio
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