13 enero 2013

Esta especie indiferente


Un corpus fílmico consagrado a disección de la condición humana, a la búsqueda y aislamiento de ese hecho diferencial que nos llevó a fabricar las primeras armas y nos elevó sobre las bestias. Stanley Kubrick se convirtió en el ojo analítico sobre el tablero, y no había un sólo recoveco de nuestra psique donde ese ojo no estuviese dispuesto a mirar: el miedo, el deseo, el crimen, la guerra. Nuestra pulsión de muerte, nuestra tendencia casi obscena a la autodestrucción, nuestra experiencia de lo sublime, nuestra necesidad de herir para experimentar placer. El individuo, la familia nuclear, la colectividad, lo secular, la sociedad, el progreso, lo paranormal, la divinidad, la nada. La comunión mística con las estrellas y el charco de sangre en las letrinas. Luz, transubstanación, tinieblas, deshumanización. El vacío simétrico tras la mirada de una criatura cruel, del instrumento de nuestra inevitable destrucción, convenientemente oculto tras unas gafas en forma de corazón. La aniquilación atómica mutua como una bella, perfecta suite apocalíptica. El ojo vio el infinito, y también nuestra dimensión más orgánica. Vio de lo que éramos capaces y lo que habíamos conseguido. Lo humano en su totalidad. Y, tras viajar más allá de Orión y  documentar cada una de nuestras transformaciones, poco antes de trascender lo físico, el ojo nos dejó una leve pista sobre lo que había descubierto, a modo de somera conclusión, última voluntad y testamento. El hecho diferencial, la verdad inherente a nuestra condición, la prueba ontológica de lo humano, la causa última de nuestra batalla contra el Tiempo, la Historia, el Otro y el propio Ser se podría sintetizar en tres sencillas palabras:
Que.
No.
Follamos.

Así acaba Eyes Wide Shut, la última entrada en el canon kubrickiano. El resto es, en las palabras del bardo, silencio. El hecho de que todos llegásemos a ese clímax cuando el cineasta ya se había ido nos dejó, si cabe, más desamparados: era la críptica enseñanza que el maestro lanza al aprendiz antes de trascender, de abadonarlo para siempre, de pasar a otro plano de la existencia. El cine de Kubrick está lleno de personajes que ya han accedido a ese plano superior, que contemplan al resto de mortales con la desidia de quien se sabe privilegiado. Humbert Humbert se da un baño mientras representantes de la burda humanidad, de la gente común y vulgar, vienen a informarle de una tragedia sobre la que él no podría situarse más por encima. Joker está en un mundo de mierda, sí, pero está vivo y no tiene miedo. Lloyd, el barman, escucha tus patéticas quejas sobre la vida coyugal mientras te sirve otra copa, porque oh, la vas a necesitar. Por no hablar de Lo Que Quiera Que Mandase Los Monolitos. Cuando Alice pronuncia la palabra “follar” al final de Eyes Wide Shut, no vemos el contraplano de Bill. El personaje de Nicole Kidman no se está dirigiendo al personaje de Tom Cruise. Se está dirigiendo a nosotros.
El cine de Kubrick también está lleno de paraísos prohibidos. Para David Grossman, los celos consisten en construir una utopía de la que uno mismo se excluye, y eso es exactamente lo que hace el Dr. Bill Harford en su traumnovelle. Humbert Humbert y Clare Quilty son dos versiones del mismo fracaso: aunque uno de ellos haya sido expulsado del Edén en el momento de la narración, sabemos que ambos acabarán destruyéndose mutuamente porque, en el fondo, la dicotomía no es tener o no tener sexo. De hecho, Alice y Bill tienen (por lo que nosotros sabemos) una vida sexual activa: están desnudos, suena Chris Isaak, él se acerca, ambos se besan, todo va bien. Pero ella se mira en el espejo. Y ahí, lector, es donde comienzan los problemas.

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En Les animaux nous traitent mal, Gérard Wajcman describe su último safari como una experiencia nefasta desde un punto de vista egoísta: los animales no se vieron perturbados por la irrupción de los jeeps en su ecosistema, sino que directamente no reaccionaron. El autor quería un impacto, quería demostrar la superioridad del ser humano sobre el resto de las especies, quería molestar a las condenadas jirafas con el ruido de su motor, pero las jirafas (como esos personajes kubrickianos por encima de la dimensión estrictamente material) respondieron con pura indiferencia. Para Wajcman, ahí reside la fascinación que el reino animal siempre ha ejercido sobre nosotros: después de los desastres del siglo XX, de fracasar como especie, buscamos aprobación en pingüinos y hormigas, cuyas sociedades se nos antojan tan perfectamente estructuradas como nuestras viejas utopías político-sociales. Sabemos que hemos obrado mal, así que los encerramos en zoos y los convertimos en atracciones para turistas, pero en realidad estamos buscando (inconscientemente) el castigo de su mirada displicente. No les podríamos interesar menos, y eso es lo que nos obsesiona de ellos. Slavoj Žižek sitúa ahí el auge National Geographic, famosa por aplicar la misma mirada gélida y científica a una comunidad de lemures que a un pueblo de la Norteamérica rural. Es, en el fondo, la misma necesidad que sintió la sociedad victoriana de domar a la naturaleza (a través de terrarios, bonsáis y freak shows) en plena ansiedad por el darwinismo. La mirada humana descubre orden en la sociedad animal, un estadio evolutivo donde todo está en el lugar que debería. Volviendo a Wajcman:
“Somos animales enfermos de lenguaje. Y cómo deseamos ser curados… Pero no puedes sencillamente querer regresar a la vida animal. Así que, como forma de consuelo, miramos los documentales de animales y nos maravillamos ante un mundo incontaminado por el lenguaje. Ellos consiguen que escuchemos una voz de puro silencio. Nostalgia de la vida pez”.
¿Y cuál es la principal característica de la vida salvaje? ¿Qué es lo que define a todas estas sociedades que preceden a la palabra? Su aproximación al sexo. En el fondo, a eso se reduce todo: el canal National Geographic nos muestra la vida cuando simplemente tienes que hacerlo, en lugar de mezclarlo con los sentimientos, de ensamblar una serie cada vez más compleja de construcciones, fantasías, estimulantes, condicionantes y rituales estipulados de apareamiento. Wajcman lo describe como la capacidad de tener sexo de una forma ahistórica, mientras que los humanos “hemos tenido que inventar la literatura para contarnos a nosotros mismos relatos en los que nunca sucede otra cosa que no sea una historia”. No hay mejor ejemplo de ello que el éxito de Cincuenta sombras de Grey, la saga literaria que ha legitimado para el mainstream una serie de prácticas BDSM que, hasta el momento, no tenían cabida en la hora punta del metro o en los clubs de lectura. Y no la tenían porque, al estar desprovistos de unos personajes y unos códigos narrativos, sencillamente no resultaban interesantes para el gran público: el cuero duro sobre la blanca piel no es atractivo, el cuero duro de Grey sobre la blanca piel de Ana sí. Ocurre lo mismo con la industria pornográfica, donde los grandes tiburones siguen siendo las compañías que invierten en detalles como guión, valores de producción, desarrollo coherente de la fantasía… El porno descontextualizado no nos resulta atractivo, no significa mucho más allá de órganos en movimiento. Un fenómeno como PG Porn, la serie de cortos creada por James Gunn, se explica porque el número de personas a las que les interesa el antes (las escenas previas a que desaparezca la ropa) es mayor que las que sólo van al durante.

Eyes Wide Shut es todo un catálogo de las diferentes formas en que los humanos intentamos tener sexo de una manera medularmente histórtica: el detonante de las tribulaciones de Bill y Alice es una fiesta donde tanto ella como él coquetean con la tentación (un médico maduro, una pareja de modelos), lo que establece las bases para que la mujer destruya por completo la identidad sexual del hombre con una simple insinuación: en el pasado, estuvo a punto de renunciar a toda su familia por una noche de frenesí con un extraño. En otras palabras: Alice se miró en el espejo, algo que Bill jamás hubiera pensado que era posible. A partir de entonces, él intentará construirse a medida una serie de ficciones para escapar de la mayor de todas (los celos): el resultado es un fracaso sistemático, precipitado por la irrupción de fuerzas exteriores, agentes de control que se manifiestas en forma de autoridad paterna, represión social, integridad personal y la propia muerte, quizá la más ambigüa y omnipresente de todas ellas (Eyes Wide Shut es, desde sus primeros minutos, una danza hipnótica de Eros y Tánatos). Al final, el matrimonio decide dejar a un lado el artificio y, de paso, nos aconseja que olvidarnos de los sueños, las fantasías socialmente aprobadas, los rituales regulados, los posts de más de cinco párrafos, las ficciones libidinales, la sofisticación del deseo: en suma, olvidarnos del sexo para, sencillamente, follar.

El Emperador de los helados



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