Un corpus fílmico consagrado a disección de la condición humana, a la
búsqueda y aislamiento de ese hecho diferencial que nos llevó a
fabricar las primeras armas y nos elevó sobre las bestias. Stanley Kubrick
se convirtió en el ojo analítico sobre el tablero, y no había un sólo
recoveco de nuestra psique donde ese ojo no estuviese dispuesto a mirar:
el miedo, el deseo, el crimen, la guerra. Nuestra pulsión de muerte,
nuestra tendencia casi obscena a la autodestrucción, nuestra experiencia
de lo sublime, nuestra necesidad de herir para experimentar placer. El
individuo, la familia nuclear, la colectividad, lo secular, la sociedad,
el progreso, lo paranormal, la divinidad, la nada. La comunión
mística con las estrellas y el charco de sangre en las letrinas. Luz,
transubstanación, tinieblas, deshumanización. El vacío simétrico tras la
mirada de una criatura cruel, del instrumento de nuestra inevitable
destrucción, convenientemente oculto tras unas gafas en forma de
corazón. La aniquilación atómica mutua como una bella, perfecta suite
apocalíptica. El ojo vio el infinito, y también nuestra dimensión más
orgánica. Vio de lo que éramos capaces y lo que habíamos conseguido. Lo
humano en su totalidad. Y, tras viajar más allá de Orión y documentar
cada una de nuestras transformaciones, poco antes de trascender lo
físico, el ojo nos dejó una leve pista sobre lo que había descubierto, a
modo de somera conclusión, última voluntad y testamento. El hecho
diferencial, la verdad inherente a nuestra condición, la prueba
ontológica de lo humano, la causa última de nuestra batalla contra el
Tiempo, la Historia, el Otro y el propio Ser se podría sintetizar en
tres sencillas palabras:
Que.
No.
Follamos.
Así acaba Eyes Wide Shut,
la última entrada en el canon kubrickiano. El resto es, en las palabras
del bardo, silencio. El hecho de que todos llegásemos a ese clímax
cuando el cineasta ya se había ido nos dejó, si cabe, más desamparados:
era la críptica enseñanza que el maestro lanza al aprendiz antes de
trascender, de abadonarlo para siempre, de pasar a otro plano de la
existencia. El cine de Kubrick está lleno de personajes
que ya han accedido a ese plano superior, que contemplan al resto de
mortales con la desidia de quien se sabe privilegiado. Humbert Humbert
se da un baño mientras representantes de la burda humanidad, de la gente
común y vulgar, vienen a informarle de una tragedia sobre la que él no
podría situarse más por encima. Joker está en un mundo de mierda, sí,
pero está vivo y no tiene miedo. Lloyd, el barman, escucha tus patéticas
quejas sobre la vida coyugal mientras te sirve otra copa, porque oh, la
vas a necesitar. Por no hablar de Lo Que Quiera Que Mandase Los
Monolitos. Cuando Alice pronuncia la palabra “follar” al final de Eyes Wide Shut, no vemos el contraplano de Bill. El personaje de Nicole Kidman no se está dirigiendo al personaje de Tom Cruise. Se está dirigiendo a nosotros.
El cine de Kubrick también está lleno de paraísos prohibidos. Para David Grossman,
los celos consisten en construir una utopía de la que uno mismo se
excluye, y eso es exactamente lo que hace el Dr. Bill Harford en su traumnovelle.
Humbert Humbert y Clare Quilty son dos versiones del mismo fracaso:
aunque uno de ellos haya sido expulsado del Edén en el momento de la
narración, sabemos que ambos acabarán destruyéndose mutuamente porque,
en el fondo, la dicotomía no es tener o no tener sexo. De hecho, Alice y
Bill tienen (por lo que nosotros sabemos) una vida sexual activa: están
desnudos, suena Chris Isaak, él se acerca, ambos se besan, todo va bien. Pero ella se mira en el espejo. Y ahí, lector, es donde comienzan los problemas.
En Les animaux nous traitent mal, Gérard Wajcman
describe su último safari como una experiencia nefasta desde un punto
de vista egoísta: los animales no se vieron perturbados por la irrupción
de los jeeps en su ecosistema, sino que directamente no reaccionaron.
El autor quería un impacto, quería demostrar la superioridad del ser
humano sobre el resto de las especies, quería molestar a las condenadas
jirafas con el ruido de su motor, pero las jirafas (como esos personajes
kubrickianos por encima de la dimensión estrictamente material)
respondieron con pura indiferencia. Para Wajcman, ahí
reside la fascinación que el reino animal siempre ha ejercido sobre
nosotros: después de los desastres del siglo XX, de fracasar como
especie, buscamos aprobación en pingüinos y hormigas, cuyas sociedades
se nos antojan tan perfectamente estructuradas como nuestras viejas
utopías político-sociales. Sabemos que hemos obrado mal, así que los
encerramos en zoos y los convertimos en atracciones para turistas, pero
en realidad estamos buscando (inconscientemente) el castigo de su mirada
displicente. No les podríamos interesar menos, y eso es lo que nos
obsesiona de ellos. Slavoj Žižek sitúa ahí el auge National Geographic,
famosa por aplicar la misma mirada gélida y científica a una comunidad
de lemures que a un pueblo de la Norteamérica rural. Es, en el fondo, la
misma necesidad que sintió la sociedad victoriana de domar a la
naturaleza (a través de terrarios, bonsáis y freak shows) en
plena ansiedad por el darwinismo. La mirada humana descubre orden en la
sociedad animal, un estadio evolutivo donde todo está en el lugar que
debería. Volviendo a Wajcman:
“Somos animales enfermos de lenguaje. Y cómo deseamos ser curados… Pero no puedes sencillamente querer regresar a la vida animal. Así que, como forma de consuelo, miramos los documentales de animales y nos maravillamos ante un mundo incontaminado por el lenguaje. Ellos consiguen que escuchemos una voz de puro silencio. Nostalgia de la vida pez”.
¿Y cuál es la principal característica de la vida salvaje? ¿Qué es lo
que define a todas estas sociedades que preceden a la palabra? Su
aproximación al sexo. En el fondo, a eso se reduce todo: el canal National Geographic
nos muestra la vida cuando simplemente tienes que hacerlo, en lugar de
mezclarlo con los sentimientos, de ensamblar una serie cada vez más
compleja de construcciones, fantasías, estimulantes, condicionantes y
rituales estipulados de apareamiento. Wajcman lo describe como la capacidad de tener sexo de una forma ahistórica, mientras que los humanos “hemos
tenido que inventar la literatura para contarnos a nosotros mismos
relatos en los que nunca sucede otra cosa que no sea una historia”. No hay mejor ejemplo de ello que el éxito de Cincuenta sombras de Grey,
la saga literaria que ha legitimado para el mainstream una serie de
prácticas BDSM que, hasta el momento, no tenían cabida en la hora punta
del metro o en los clubs de lectura. Y no la tenían porque, al estar
desprovistos de unos personajes y unos códigos narrativos, sencillamente
no resultaban interesantes para el gran público: el cuero duro sobre la
blanca piel no es atractivo, el cuero duro de Grey sobre la blanca piel
de Ana sí. Ocurre lo mismo con la industria pornográfica, donde los
grandes tiburones siguen siendo las compañías que invierten en detalles
como guión, valores de producción, desarrollo coherente de la fantasía…
El porno descontextualizado no nos resulta atractivo, no significa mucho
más allá de órganos en movimiento. Un fenómeno como PG Porn, la serie de cortos creada por James Gunn,
se explica porque el número de personas a las que les interesa el antes
(las escenas previas a que desaparezca la ropa) es mayor que las que
sólo van al durante.
Eyes Wide Shut es todo un catálogo de las diferentes formas
en que los humanos intentamos tener sexo de una manera medularmente
histórtica: el detonante de las tribulaciones de Bill y Alice es una
fiesta donde tanto ella como él coquetean con la tentación (un médico
maduro, una pareja de modelos), lo que establece las bases para que la
mujer destruya por completo la identidad sexual del hombre con una
simple insinuación: en el pasado, estuvo a punto de renunciar a toda su
familia por una noche de frenesí con un extraño. En otras palabras:
Alice se miró en el espejo, algo que Bill jamás hubiera pensado que era
posible. A partir de entonces, él intentará construirse a medida una
serie de ficciones para escapar de la mayor de todas (los celos): el
resultado es un fracaso sistemático, precipitado por la irrupción de
fuerzas exteriores, agentes de control que se manifiestas en forma de
autoridad paterna, represión social, integridad personal y la propia
muerte, quizá la más ambigüa y omnipresente de todas ellas (Eyes Wide Shut
es, desde sus primeros minutos, una danza hipnótica de Eros y Tánatos).
Al final, el matrimonio decide dejar a un lado el artificio y, de paso,
nos aconseja que olvidarnos de los sueños, las fantasías socialmente
aprobadas, los rituales regulados, los posts de más de cinco
párrafos, las ficciones libidinales, la sofisticación del deseo: en
suma, olvidarnos del sexo para, sencillamente, follar.
El Emperador de los helados
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