— Oh, eso no lo puedes evitar. Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.
— ¿Cómo sabes que yo estoy loca?
— Tienes que estarlo, o no habrías venido aquí.
Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas.
“Cuando todo el mundo está loco, estar cuerdo es una locura”, dijo Paul Samuelson, un economista. El tuerto no es el rey en el país de los ciegos, como demostró Kipling. Y en un mundo de locos el cuerdo es considerado loco. Véase Doce monos.
Hay algunos que dicen que estoy loco, que soy un paranoico. Negarlo sería un error que demostraría mi locura aunque estuviese cuerdo, porque los idiotas y los paranoicos siempre piensan que son el único cuerdo entre locos. Es una de las paradojas no escritas de las Leyes fundamentales de la estupidez humana, el prontuario de Carlo Maria Cipolla, otro economista, que todos deberíamos tener siempre presente.
Así locos y cuerdos, idiotas y lúcidos, nos mezclamos de tal forma que no es extraño que ciertas asociaciones tiendan a la paranoia. Y aplaudimos, sí, ¿recordáis?…, por eso estoy solo, para que nadie me obligue a aplaudir, para no hacerlo cuando el de mi lado lo hace. Llamadme loco.
Así locos y cuerdos, idiotas y lúcidos, nos mezclamos de tal forma que no es extraño que ciertas asociaciones tiendan a la paranoia. Y aplaudimos, sí, ¿recordáis?…, por eso estoy solo, para que nadie me obligue a aplaudir, para no hacerlo cuando el de mi lado lo hace. Llamadme loco.
Todas las organizaciones tienden a la paranoia. Ya Chesterton a principios del siglo XX describió en El hombre que fue Jueves a una organización (anarquista, si no recuerdo mal…, pero no me obliguéis a consultar las fuentes) dispuesta a sumir el mundo en el caos, cuyos dirigentes, conocido cada uno por el nombre de un día de la semana, estaban allí por causas diferentes, ninguna de las cuales era dirigir la organización. En realidad ninguno de ellos pertenece a la organización pero, por miedo a ser descubiertos y ejecutados, se comportan como si lo fuesen. Chesterton describe la organización secreta perfecta, aquella en la que todos los miembros, incluso su Cúpula, se comportan siguiendo un patrón de conducta establecido, escrito por manos invisibles o, quizás, una falacia que todo el mundo asume como cierta, de forma que ni siquiera es preciso para su siniestro funcionamiento que los dirigentes crean en la organización y sus normas. Creer que existe un Plan es suficiente para que ese Plan exista.
Contaba Ellroy (¿fue Ellroy o Leonard?…, no sé…, cito de memoria, como siempre) una anécdota significativa. En la década de los sesenta en EEUU, todos los afilados al Partido Comunista de América en San Francisco eran agentes del FBI que desconocían que el resto de “camaradas” eran también infiltrados. La Célula del PCA de San Francisco funcionaba con total precisión y era una de las más activas y estrictas de todo EEUU. No era preciso pertenecer al Partido, ni ser un ferviente marxista. Bastaba fingir que uno lo era ateniéndose a las normas y desconfiando de todo el mundo.
No hace falta ser verdaderamente dirigente de una organización criminal dispuesta a dominar el mundo para convertirse en dirigente de una organización criminal dispuesta a dominar el mundo. Es suficiente comportarse como los demás esperan que se comporte uno de ellos. Los siete dirigentes, de Lunes a Domingo, se miran unos a otros con suspicacia, esperando desenmascarar a un infiltrado antes de que le descubran como infiltrado, proponiendo cada vez acciones más crueles, sangrientas y desmedidas, yendo más allá de lo que se espera de él, intentando desviar la atención de su persona y que la búsqueda del infiltrado (siempre hay búsqueda de infiltrados en toda organización paranoica) no se centre en ellos y se desvele su verdadero rostro. El rostro del policía, sí, quizás el más temido, pero también la verdadera cara del líder: su cara de tendero, profesor, químico, notario o de simple transeúnte. Todos intentando abolir el sentido común con su radicalidad, todos, en otras circunstancias, siendo más estalinistas que el propio Padrecito. Todos proponiendo pruebas que implican purgas cada vez más drásticas intentando atrapar a los otros miembros del Consejo dentro de sus redes y estos, evitando las trampas, proponen nuevas medidas más y más radicales y otros a su vez más y más y más.
— Quitaremos derechos a los trabajadores.
— Podremos despedirlos por una miseria y volverlos a contratar en precario.
— Crearemos puestos de trabajo de mierda y les obligaremos a aceptarlos.
— Y les bajaremos el sueldo.
— Y también reduciremos lo que cobran pensionistas y desempleados.
— Convertiremos la sanidad en un negocio.
— Y luego les desangraremos.
— Transformaremos la educación en una sátira doctrinal.
— Les inculcaremos desde pequeños Principios Fundamentales: Consume, Obedece, Mira televisión, Confórmate…
— Y encareceremos la Cultura, que de todas formas no podrán apreciar.
— Crearemos nuestra propia Cultura para las masas.
— Provocaremos guerras religiosas alimentándolos de mendrugos patrióticos.
— Pan y Circo y Nación… Eso siempre funciona.
Y tras cada propuesta cada uno de ellos (y de ellas) se felicitará temblando por haber estado a la altura de la situación, por haber sabido representar el papel que la Organización esperaba de él (o de ella) en el caso de que él (o ella) fuese efectivamente miembro de la Organización, asintiendo a cada una de las abyectas proposiciones de los demás, sin dejar de mirarse unos a otros suspicazmente, esperando no haber quedado al descubierto, como paranoicos en una reunión de paranoicos intentando descubrir al cuerdo, rezando por descubrirlo antes de que sea demasiado tarde, rezando para poder desenmascarar al cuerdo infiltrado y rogar porque él sea capaz de encontrar el camino de salida. Rezando a todo aquello en lo que no creen para que entre ellos haya una persona sensata que pueda solucionar de una vez el enredo que nos conduce al abismo.
Y después dirán que el paranoico soy yo.
Javier
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