Europa
se encuentra atrapada en una crisis económica y de seguridad,
impulsada por el miedo a Rusia y China y la dependencia de Estados
Unidos”. Aquí se argumenta que las acciones de Moscú han estado
motivadas por motivaciones defensivas, no imperialistas.
La
Unión Europea necesita una nueva política exterior basada en los
verdaderos intereses económicos y de seguridad del continente. Hoy
en día, Europa se encuentra en una trampa económica y de seguridad,
en gran medida autoinfligida: peligrosa hostilidad hacia Rusia,
desconfianza mutua hacia China y extrema vulnerabilidad hacia Estados
Unidos. La política exterior europea se rige ahora casi por completo
por el miedo a Rusia y China, un miedo que ha generado una
dependencia de Estados Unidos en materia de seguridad.
La
subordinación de Europa a Washington se debe casi exclusivamente a
un miedo exagerado a Rusia: un miedo amplificado por los países de
Europa del Este con un fuerte sesgo rusófobo y una narrativa
distorsionada sobre la guerra en Ucrania. Convencida de que la
amenaza a su seguridad proviene principalmente de Moscú, la UE
sacrifica todos los demás aspectos de su política exterior
—economía, comercio, medio ambiente, tecnología y diplomacia— a
los intereses estadounidenses. Irónicamente, se arrima a Washington
justo cuando Estados Unidos se vuelve más débil, inestable,
errático, irracional e incluso peligroso en su enfoque hacia Europa,
hasta el punto de amenazar abiertamente su soberanía (como ocurrió
con la cuestión de Groenlandia).
Para
esbozar una nueva política exterior,
Europa
tendrá que superar la falsa suposición de su extrema vulnerabilidad
ante Rusia. La narrativa difundida por Bruselas, Londres y la OTAN
sostiene que Moscú es intrínsecamente expansionista y está
dispuesta a arrollar a Europa a la primera oportunidad. La ocupación
soviética de Europa del Este entre 1945 y 1991 se cita como prueba
de esta amenaza. Pero esta interpretación distorsiona profundamente
el comportamiento ruso, tanto pasado como presente.
La
primera parte de este ensayo pretende desmentir la falsa suposición
de que Rusia representa una amenaza mortal para Europa. La segunda
parte, en cambio, examina qué nueva política exterior europea
podría surgir una vez superada la rusofobia irracional.
La
falsa premisa del imperialismo ruso hacia Occidente
La
política exterior europea se basa en la idea de que Rusia representa
una amenaza directa para la seguridad del continente. Sin embargo,
esta suposición es errónea. Rusia ha sido invadida repetidamente
por las principales potencias occidentales a lo largo de los siglos
(en particular, Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos en
los dos últimos siglos) y desde hace tiempo ha buscado garantizar su
seguridad mediante una zona de seguridad entre ella y las fuerzas
occidentales. Esta zona de seguridad, muy disputada, abarca las
actuales Polonia, Ucrania, Finlandia y los países bálticos. Es en
esta región fronteriza entre las potencias occidentales y Rusia
donde se concentran los principales dilemas de seguridad entre Rusia
y Europa Occidental.
Las
principales guerras libradas por Occidente contra Rusia a partir de
1800 incluyen:
La
invasión francesa de 1812 (Guerras Napoleónicas)
La
invasión anglo-francesa de 1853-56 (Guerra de Crimea)
La
declaración de guerra alemana contra Rusia el 1 de agosto de 1914
(Primera Guerra Mundial)
La
intervención de las potencias aliadas en la guerra civil rusa,
1918-1922 (Guerra Civil Rusa)
La
invasión alemana de la URSS en 1941 (Segunda Guerra Mundial)
Cada
una de estas guerras representó una amenaza existencial para la
supervivencia de Rusia. Desde la perspectiva de Moscú, la
incapacidad de Alemania para desmilitarizarse tras la Segunda Guerra
Mundial, la creación de la OTAN, la entrada de Alemania Occidental
en la Alianza en 1955, la expansión de la OTAN hacia el este después
de 1991 y el progresivo desarrollo de bases y sistemas de misiles
estadounidenses en las fronteras orientales de Europa constituyeron
las amenazas más graves para la seguridad nacional rusa desde el
final de la Segunda Guerra Mundial.
Rusia,
a su vez, ha avanzado hacia Occidente en varias ocasiones:
El
ataque a Prusia Oriental en 1914
El
Pacto Molotov-von Ribbentrop de 1939, con la división de Polonia
entre Alemania y la URSS y la anexión de los países bálticos en
1940
La
invasión de Finlandia en 1939 (Guerra de Invierno)
La
ocupación soviética de Europa del Este de 1945 a 1989
La
invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022
Estos
episodios se consideran en Europa como evidencia objetiva del
expansionismo ruso. En realidad, esta interpretación es ingenua,
históricamente incorrecta y producto de la propaganda. En los cinco
casos, Moscú actuó para proteger su propia seguridad nacional
—según su propia opinión—, en lugar de perseguir ambiciones
imperialistas como un fin en sí mismas. Esta verdad fundamental es
la clave para resolver el conflicto entre Europa y Rusia hoy: Moscú
no busca conquistar Occidente, sino asegurar su propia supervivencia.
Sin embargo, Occidente se ha negado durante mucho tiempo a reconocer,
y mucho menos a respetar, los intereses vitales de seguridad de
Rusia.
Los
principales casos del supuesto imperialismo ruso
Analicemos
los cinco casos principales del supuesto expansionismo ruso.
El
primer caso, el ataque a la Europa Oriental prusiana en 1914, puede
descartarse rápidamente. Fue el Reich alemán quien declaró la
guerra a Rusia el 1 de agosto de 1914. La entrada del ejército
zarista en Prusia Oriental fue una respuesta directa a dicha
declaración de guerra.
El
segundo caso, el acuerdo entre la Rusia soviética y el Tercer Reich
de Adolf Hitler para la partición de Polonia en 1939 y la anexión
de los estados bálticos en 1940, se considera la prueba más clara
de la perfidia rusa. De nuevo, se trata de una interpretación
simplista y engañosa de la historia.
Como
han documentado cuidadosamente historiadores como E.H. Carr, Stephen
Kotkin y Michael
Jabara Carley ,
en 1939 Stalin recurrió a Gran Bretaña y Francia para formar una
alianza defensiva contra Hitler, quien había declarado su intención
de librar una guerra contra Rusia en el Este (por el espacio vital,
la mano de obra eslava esclavizada y la derrota del bolchevismo).
Pero
el intento de Stalin de forjar una alianza con las potencias
occidentales fue completamente rechazado. Polonia no permitiría el
paso de tropas soviéticas por territorio polaco en caso de guerra
con Alemania. El odio de las élites occidentales al comunismo
soviético era al menos tan grande como su miedo a Hitler. De
hecho, una
expresión común entre
las élites conservadoras británicas a finales de la década de 1930
era: «Mejor hitlerismo que comunismo».
Ante
el fracaso en asegurar una alianza defensiva, Stalin se propuso crear
una zona de contención contra la inminente invasión alemana de la
URSS. La partición de Polonia y la anexión de los países bálticos
fueron maniobras tácticas para ganar tiempo para la inminente
Batalla de Armagedón contra los ejércitos de Hitler, que tuvo lugar
el 22 de junio de 1941 con la invasión alemana de la Unión
Soviética durante la Operación Barbarroja. La partición anticipada
de Polonia y la anexión de los países bálticos podrían haber
retrasado la invasión y salvado a la Unión Soviética de una rápida
derrota a manos de Hitler.
El
tercer caso, la Guerra de Invierno de Rusia contra Finlandia, se
considera de forma similar en Europa Occidental (y especialmente en
Finlandia) como prueba del carácter expansionista de Rusia. Sin
embargo, una vez más, la motivación principal de la Unión
Soviética fue defensiva, no ofensiva. Moscú temía que la invasión
alemana se llevara a cabo en parte a través de Finlandia y que
Leningrado fuera rápidamente conquistada por Hitler.
Por
esta razón, la Unión Soviética ofreció a Finlandia un intercambio
territorial (en concreto, la cesión del istmo de Carelia y algunas
islas del golfo de Finlandia a cambio de tierras soviéticas) para
proteger la segunda ciudad del país.
Finlandia
rechazó esta propuesta y la Unión Soviética invadió Finlandia el
30 de noviembre de 1939. Posteriormente, Finlandia se unió a los
ejércitos de Hitler en la guerra contra la Unión Soviética durante
la llamada «Guerra de Continuación», entre 1941 y 1944.
El
cuarto caso, la ocupación soviética de Europa del Este (y su
continuo control de los países bálticos) durante la Guerra Fría,
se considera en Europa una prueba más de la profunda amenaza que
Rusia representa para la seguridad del continente. La ocupación
soviética fue sin duda dura, pero incluso en este caso, tuvo una
motivación defensiva que se pasa por alto por completo en la
narrativa de Europa Occidental y Estados Unidos. La URSS pagó el
precio máximo por su victoria sobre Hitler, con la asombrosa cifra
de 27 millones de muertos durante la guerra.
Al
final del conflicto, Rusia tenía una exigencia primordial: que sus
intereses de seguridad estuvieran garantizados por un tratado que la
protegiera de futuras amenazas de Alemania y, en general, de
Occidente. Occidente, ahora liderado por Estados Unidos, rechazó
esta exigencia fundamental de seguridad.
La
Guerra Fría surgió de la negativa de Occidente a respetar las
preocupaciones fundamentales de seguridad de Rusia. Por supuesto, la
historia de la Guerra Fría, tal como la cuenta Occidente, es
precisamente la contraria: que la Guerra Fría fue causada únicamente
por los belicosos intentos de Rusia de conquistar el mundo.
Esta
es la verdadera historia, bien conocida por los historiadores, pero
casi completamente ignorada por el público estadounidense y europeo.
Al final de la guerra, la Unión Soviética buscó un tratado de paz
que estableciera una Alemania unificada, neutral y desmilitarizada.
En la Conferencia
de Potsdam de
julio de 1945, a la que asistieron los líderes de la Unión
Soviética, el Reino Unido y Estados Unidos, las tres potencias
aliadas acordaron el «desarme y la desmilitarización completos de
Alemania y la eliminación o el control de toda la industria alemana
que pudiera utilizarse para la producción militar».
Alemania
quedaría unificada, pacificada y desmilitarizada. Todo esto estaría
garantizado por un tratado que pusiera fin a la guerra. En realidad,
Estados Unidos y el Reino Unido trabajaron diligentemente para
socavar este principio fundamental.
A
partir de mayo de 1945, Winston Churchill encargó a su Jefe de
Estado Mayor que desarrollara un plan de guerra para un ataque
sorpresa contra la Unión Soviética a mediados de 1945,
denominado Operación
Impensable .
Aunque los estrategas militares británicos consideraban
impracticable una guerra de este tipo, la idea de que estadounidenses
y británicos debían prepararse para una guerra inminente con la
Unión Soviética se arraigó rápidamente. Los estrategas militares
estimaron que el momento más probable para una guerra de este tipo
sería a principios de la década de 1950.
El
objetivo de Churchill, al parecer, era evitar que Polonia y otros
países de Europa del Este cayeran bajo la influencia soviética.
Incluso en Estados Unidos, a las pocas semanas de la rendición de
Alemania en mayo de 1945, los principales estrategas militares
comenzaron a considerar a la Unión Soviética como el próximo
enemigo de Estados Unidos.
Estados
Unidos y el Reino Unido reclutaron rápidamente a científicos nazis
y altos funcionarios de inteligencia (como Reinhard Gehlen, un líder
nazi que recibiría apoyo de Washington para crear la agencia de
inteligencia alemana de posguerra) para comenzar a planificar la
futura guerra contra la Unión Soviética.
La
Guerra Fría estalló principalmente porque Estados Unidos y Gran
Bretaña rechazaron la reunificación y desmilitarización de
Alemania acordada en Potsdam. En cambio, las potencias occidentales
abandonaron el proyecto de reunificación alemana para formar la
República Federal de Alemania (RFA o Alemania Occidental) a partir
de las tres zonas de ocupación controladas por Estados Unidos, el
Reino Unido y Francia. La RFA se reindustrializaría y
remilitarizaría bajo la égida estadounidense. En 1955, Alemania
Occidental fue admitida en la OTAN.
Aunque
los historiadores debaten apasionadamente quién respetó el Acuerdo
de Potsdam (por ejemplo, Occidente destaca la negativa soviética a
permitir un gobierno verdaderamente representativo en Polonia, como
se acordó en Potsdam), no hay duda de que la remilitarización de la
República Federal de Alemania por parte de Occidente fue la causa
principal de la Guerra Fría.
En
1952, Stalin propuso la reunificación de Alemania basada en la
neutralidad y la desmilitarización. Esta propuesta fue rechazada por
Estados Unidos. En 1955, la Unión Soviética y Austria acordaron que
la Unión Soviética retiraría sus fuerzas de ocupación de Austria
a cambio del compromiso de este último de mantener una neutralidad
permanente. El Tratado
del Estado Austriaco fue
firmado el 15 de mayo de 1955 por la Unión Soviética, Estados
Unidos, Francia y el Reino Unido, junto con Austria, poniendo así
fin a la ocupación.
El
objetivo de la Unión Soviética no era solo resolver las tensiones
sobre Austria, sino también demostrar a Estados Unidos un modelo
exitoso de retirada soviética de Europa, combinado con neutralidad.
Una vez más, Estados Unidos rechazó el llamado soviético para
poner fin a la Guerra Fría basándose en la neutralidad y la
desmilitarización de Alemania.
Tan
recientemente como en 1957, el principal experto estadounidense en
asuntos soviéticos, George Kennan, en su tercera Conferencia
Reith para
la BBC ,
hizo un llamamiento público y vehemente a Estados Unidos para que
acordara con la Unión Soviética una retirada mutua de tropas de
Europa.
La
Unión Soviética, enfatizó Kennan, no pretendía ni estaba
interesada en una invasión militar de Europa Occidental. Pero los
partidarios de la Guerra Fría estadounidenses, liderados por John
Foster Dulles, no lo toleraron. Y ningún tratado de paz con Alemania
para poner fin a la Segunda Guerra Mundial se firmó hasta la
reunificación alemana en 1990.
Cabe
destacar que la Unión Soviética respetó la neutralidad de Austria
después de 1955, así como la de otros países neutrales de Europa
(como Suecia, Finlandia, Suiza, Irlanda, España y Portugal). El
presidente finlandés, Alexander Stubb, declaró recientemente que
Ucrania debería rechazar la neutralidad, basándose en la
experiencia negativa de Finlandia (la neutralidad finlandesa finalizó
en 2024, cuando el país se unió a la OTAN).
Esta
es una idea extraña. Durante su período de neutralidad, Finlandia
disfrutó de paz, alcanzó una notable prosperidad económica y se
situó entre los países con mayor índice de felicidad del mundo
(según el Informe Mundial de la Felicidad).
El
presidente John F. Kennedy demostró una posible vía para poner fin
a la Guerra Fría, basada en el respeto mutuo por los intereses de
seguridad de todas las partes. Kennedy bloqueó el intento del
canciller alemán Konrad Adenauer de adquirir armas nucleares de
Francia, apaciguando así las preocupaciones soviéticas sobre una
Alemania con armas nucleares.
Sobre
esta base, JFK negoció con éxito el Tratado de Prohibición Parcial
de los Ensayos Nucleares con su homólogo soviético, Nikita
Khrushchev. Es muy probable que Kennedy fuera asesinado unos meses
después por un grupo de agentes de la CIA debido a su iniciativa de
paz.
Documentos
publicados en 2025 confirman la antigua sospecha de que Lee Harvey
Oswald estaba bajo la supervisión directa de James Angleton, un alto
funcionario de la CIA. El posterior avance de Estados Unidos hacia la
paz con la Unión Soviética estuvo liderado por Richard Nixon. Él
también fue derrocado por el escándalo de Watergate, que también
ofrece pistas sobre una operación de la CIA nunca completamente
esclarecida.
Mijaíl
Gorbachov puso fin a la Guerra Fría desmantelando unilateralmente el
Pacto de Varsovia y promoviendo activamente la democratización de
Europa del Este. Asistí a algunos de esos eventos y presencié
personalmente algunas de sus iniciativas de paz.
En
el verano de 1989, por ejemplo, Gorbachov instó a los líderes
comunistas de Polonia a formar un gobierno de coalición con las
fuerzas de la oposición, lideradas por el movimiento Solidaridad. La
desaparición del Pacto de Varsovia y la democratización de Europa
del Este, impulsadas por Gorbachov, impulsaron rápidamente al
canciller alemán Helmut Kohl a pedir la reunificación alemana.
Esto
condujo a los tratados de reunificación de 1990 entre la RFA y la
RDA, y al llamado Acuerdo Dos más Cuatro entre las dos Alemanias y
las cuatro potencias aliadas: Estados Unidos, el Reino Unido, Francia
y la Unión Soviética. En febrero de 1990, Estados Unidos y Alemania
prometieron claramente a Gorbachov que la OTAN no
se movería ni un ápice hacia el este en
el contexto de la reunificación alemana, un hecho que ahora niegan
ampliamente las potencias occidentales, pero que es fácilmente
verificable.
Esta
promesa clave de no proceder con la ampliación de la OTAN se hizo en
varias ocasiones, pero no se incluyó en el texto del Acuerdo Dos más
Cuatro, ya que este se refería a la reunificación alemana, no a la
expansión oriental de la OTAN.
El
quinto caso, la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, se
considera una vez más en Occidente como prueba del incorregible
imperialismo ruso hacia Occidente. La expresión favorita de los
medios de comunicación, comentaristas y propagandistas occidentales
es que la invasión rusa fue «sin provocación» y, por lo tanto,
demuestra la férrea voluntad de Putin no solo de restablecer el
Imperio ruso, sino también de avanzar más hacia Occidente, lo que
significaría que Europa debería prepararse para la guerra con
Rusia. Esta es una mentira gigantesca y absurda, pero se repite con
tanta frecuencia en los grandes medios de comunicación que se cree
ampliamente en Europa.
De
hecho, la invasión rusa de febrero de 2022 fue tan claramente
provocada por Occidente que se sospecha que en realidad fue un plan
estadounidense para involucrar a Rusia en la guerra con el fin de
derrotarla o debilitarla.
Esta afirmación
es creíble ,
como lo
confirman una
larga serie de declaraciones de numerosos funcionarios
estadounidenses. Tras la invasión, el secretario de Defensa
estadounidense, Lloyd Austin, declaró que el objetivo de Washington
era «ver a Rusia debilitada hasta el punto de que ya no pueda llevar
a cabo las mismas acciones que llevó a cabo al invadir Ucrania.
Ucrania puede ganar si cuenta con el equipo y el apoyo adecuados».
La
principal provocación estadounidense contra Rusia fue la expansión
de la OTAN hacia el este, contrariamente a sus promesas de 1990, con
un objetivo principal: rodear a Rusia con estados miembros de la OTAN
en la región del Mar Negro, impidiéndole así proyectar su poder
naval, basado en Crimea, hacia el Mediterráneo Oriental y Oriente
Medio. En esencia, el objetivo de Estados Unidos era el mismo que el
de Lord Palmerston y Napoleón III durante la Guerra de Crimea:
expulsar a la flota rusa del Mar Negro.
Los
miembros de la OTAN habrían incluido a Ucrania, Rumania, Bulgaria,
Turquía y Georgia, formando así una red para estrangular el poder
naval ruso en el Mar Negro. Zbigniew Brzezinski describió esta
estrategia en su libro de 1997, El
Gran Tablero de Ajedrez ,
donde argumentó que Rusia seguramente se doblegaría ante la
voluntad occidental, ya que no
tenía otra opción .
Brzezinski rechazó específicamente la idea de que Rusia llegara a
aliarse con China contra Europa.
Una
nueva política exterior para Europa
Todo
el período posterior a la disolución de la Unión Soviética en
1991 estuvo marcado por la arrogancia occidental —como la definió
el historiador Jonathan Haslam en su magistral relato— , durante la
cual Estados Unidos y Europa creyeron poder impulsar la OTAN y los
sistemas de armas estadounidenses (como los misiles Aegis) aún más
hacia el este, sin tener en cuenta en absoluto las legítimas
preocupaciones de Rusia por su propia seguridad nacional.
La
lista de provocaciones occidentales es demasiado larga para
detallarla, pero se puede extraer un resumen de los siguientes
puntos.
Provocaciones
occidentales en ocho puntos
En
primer lugar, contrariamente a las promesas realizadas en 1990,
Estados Unidos inició la expansión de la OTAN hacia el este con los
anuncios del presidente Bill Clinton en 1994. En aquel entonces, el
secretario de Defensa, William Perry, incluso consideró dimitir
debido a las acciones imprudentes de Estados Unidos, que contradecían
promesas previas.
La
primera ola de expansión de la OTAN tuvo lugar en 1999, incluyendo a
Polonia, Hungría y la República Checa. Ese mismo año, las fuerzas
de la OTAN bombardearon Serbia, aliada de Rusia, durante 78 días,
desmembrándola y estableciendo rápidamente una gran base militar
estadounidense en la provincia separatista de Kosovo.
La
segunda ola de expansión llegó en 2004, con siete nuevos miembros,
incluyendo los países bálticos, que limitan directamente con Rusia,
y dos países ribereños del Mar Negro: Bulgaria y Rumanía. En 2008,
la mayoría de los países de la Unión Europea reconocieron a Kosovo
como estado independiente, a pesar de las continuas declaraciones
europeas de que «las fronteras en Europa son sagradas».
En
segundo lugar, Estados Unidos abandonó el marco de control de armas
nucleares al retirarse unilateralmente del Tratado de Misiles
Antibalísticos (ABM) en 2002. En 2019, Washington siguió el ejemplo
al abandonar el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio
(INF). A pesar de las enérgicas objeciones de Rusia, Estados Unidos
comenzó a desplegar sistemas de misiles antibalísticos en Polonia y
Rumanía, y en enero de 2022 se reservó el derecho a desplegarlos
también en Ucrania.
En
tercer lugar, Estados Unidos se infiltró profundamente en la
política interna ucraniana, invirtiendo miles de millones de dólares
en moldear la opinión pública, crear medios de comunicación y
moldear la política interna del país. Las elecciones de 2004-2005
en Ucrania se consideran ampliamente una «revolución de color»
respaldada por Estados Unidos, que utilizó su influencia y
financiación, tanto abierta como encubierta, para favorecer a
candidatos proestadounidenses.
En
2013-2014, Washington desempeñó un papel directo en la financiación
de las protestas de Maidán y en el apoyo al violento golpe de Estado
que derrocó al presidente proneutral Víktor Yanukóvich, allanando
así el camino para un gobierno ucraniano orientado a la OTAN.
Casualmente,
me invitaron a visitar Maidán poco después del golpe de Estado del
22 de febrero de 2014 que derrocó a Yanukóvich; una ONG con sede en
Estados Unidos, profundamente involucrada en los acontecimientos, me
explicó directamente el papel de la financiación estadounidense en
el apoyo a las protestas.
En
cuarto lugar, a partir de 2008, a pesar de la oposición de varios
líderes europeos, Estados Unidos presionó a la OTAN para que se
comprometiera oficialmente a ampliar su presencia a Ucrania y
Georgia. En aquel momento, el embajador estadounidense en Moscú,
William J. Burns, envió un cable a Washington, ahora famoso,
titulado » Nyet
Means Nyet: Russia’s NATO Enlargement Redlines «, en el
que explicaba que toda la clase política rusa se oponía firmemente
a la expansión de la OTAN a Ucrania y temía que dicha medida
provocara disturbios civiles en el país.
En
quinto lugar, tras el golpe de Estado de Maidán, las regiones de
mayoría rusa del este de Ucrania (Donbás) se separaron del nuevo
gobierno prooccidental instaurado tras el golpe. Rusia y Alemania
negociaron rápidamente los Acuerdos de Minsk, según los cuales las
dos regiones separatistas (Donetsk y Lugansk) seguirían formando
parte de Ucrania, pero con una amplia autonomía local, inspirada en
la región germanófona del Tirol del Sur en Italia.
El
segundo acuerdo, Minsk II, también respaldado por el Consejo de
Seguridad de la ONU, podría haber puesto fin al conflicto; sin
embargo, el gobierno de Kiev, con el apoyo de Washington, decidió no
implementar la autonomía. El incumplimiento de Minsk II envenenó
las relaciones diplomáticas entre Rusia y Occidente.
En
sexto lugar, Estados Unidos expandió de manera constante el ejército
ucraniano (tanto tropas activas como de reserva) a aproximadamente un
millón de hombres en 2020. Ucrania, junto con sus batallones
paramilitares de extrema derecha (como Azov y Sector Derecho), llevó
a cabo repetidos ataques contra las dos regiones separatistas, lo que
resultó en miles de bajas civiles en el Donbass debido a los
bombardeos ucranianos.
En
séptimo lugar, a finales de 2021, Rusia propuso a Estados Unidos
un borrador
de Acuerdo de Seguridad entre Rusia y Estados Unidos ,
que exigía principalmente el fin de la expansión de la OTAN.
Estados Unidos rechazó la propuesta y reafirmó la política de
«puertas abiertas» de la alianza, según la cual terceros países,
como Rusia, no tendrían voz ni voto en la ampliación de la OTAN.
Estados Unidos y los países europeos reiteraron repetidamente la
futura adhesión de Ucrania a la OTAN.
Según
informes, el secretario de Estado estadounidense comunicó al
ministro de Asuntos Exteriores ruso en enero de 2022 que Estados
Unidos se
reservaba el derecho a
desplegar misiles de alcance intermedio en Ucrania, a pesar de las
objeciones de Moscú.
Octavo:
Tras la invasión rusa del 24 de febrero de 2022, Ucrania accedió
rápidamente a iniciar negociaciones de paz basadas en el retorno a
la neutralidad. Las conversaciones se celebraron en Estambul, con la
mediación de Turquía. A finales de marzo de 2022, Rusia y Ucrania
publicaron un memorando conjunto que señalaba avances hacia un
acuerdo de paz. El 15 de abril, se presentó un borrador
de acuerdo que
prácticamente se acercaba a una solución integral.
En
ese momento, Estados Unidos intervino y comunicó a los ucranianos
que no apoyaría el acuerdo, sino que apoyaría a Ucrania en la
continuación de la guerra.
Los
altos costos de una política exterior fallida
Rusia
nunca ha presentado reivindicaciones territoriales contra países de
Europa Occidental ni los ha amenazado, salvo en el contexto de su
derecho a tomar represalias contra cualquier ataque con misiles con
apoyo occidental lanzado contra su territorio. Hasta el golpe de
Estado de Maidán en 2014, Rusia ni siquiera había expresado
reivindicaciones territoriales sobre Ucrania.
Después
de 2014 y hasta finales de 2022, la única reivindicación
territorial de Moscú se refería a Crimea, para evitar que la base
naval rusa en Sebastopol cayera bajo control occidental.
Solo
tras el fracaso del proceso de paz de Estambul —sacudido por la
intervención estadounidense— Rusia declaró la anexión de las
cuatro regiones ucranianas de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia.
Hoy en día, los objetivos de guerra declarados por Moscú siguen
siendo limitados: la neutralidad de Ucrania, la desmilitarización
parcial, la renuncia definitiva a la OTAN y el reconocimiento de la
transferencia de Crimea y las cuatro regiones mencionadas a Rusia, lo
que constituye aproximadamente el 19 % del territorio de Ucrania en
1991.
Estas
no son señales del imperialismo ruso dirigido hacia Occidente, ni
exigencias no provocadas. Los objetivos bélicos de Rusia se derivan
de más de 30 años de protestas contra la expansión oriental de la
OTAN, el armamento a Ucrania, el abandono por parte de Estados Unidos
de los tratados de control de armas nucleares y la profunda
injerencia de Occidente en la política interna ucraniana, que
culminó en el golpe de Estado de 2014 que puso a Moscú y la OTAN en
una situación de enfrentamiento directo.
Europa
ha optado por interpretar los acontecimientos de los últimos 30 años
como prueba del inexorable expansionismo ruso, del mismo modo que
Occidente afirmó que la Guerra Fría era responsabilidad exclusiva
de la Unión Soviética, cuando en realidad la URSS había propuesto
reiteradamente caminos hacia la paz basados en la neutralidad, la
unificación y el desarme alemanes.
Al
igual que durante la Guerra Fría, hoy Occidente también ha
preferido provocar a Rusia en lugar de reconocer sus comprensibles
preocupaciones de seguridad.
Cada
acción rusa se ha interpretado de la forma más negativa posible,
como una muestra de mala fe o agresión, sin reconocer jamás la
perspectiva rusa en el debate. Este es un claro ejemplo del clásico
dilema de seguridad, en el que los adversarios se ignoran mutuamente,
asumen lo peor y actúan agresivamente basándose en suposiciones
erróneas.
La
decisión de Europa de interpretar la Guerra Fría y la posguerra
desde esta perspectiva prejuiciosa le ha costado muy caro, y los
costos siguen aumentando. Más importante aún, Europa ha llegado a
creer que depende totalmente de Estados Unidos para su seguridad. Si
Rusia fuera realmente expansionista, Washington sería el salvador
indispensable de Europa.
Pero
si, por el contrario, el comportamiento ruso siempre hubiera sido una
expresión de legítimas preocupaciones de seguridad, la Guerra Fría
probablemente habría terminado hace décadas siguiendo el modelo de
la neutralidad austriaca, y la posguerra podría haberse convertido
en un período de paz y creciente confianza entre Rusia y Europa.
En
realidad, las economías de Europa y Rusia son altamente
complementarias. Rusia es rica en materias primas (agrícolas,
minerales y energéticas) y posee experiencia en ingeniería,
mientras que Europa alberga industrias de alto consumo energético y
tecnologías avanzadas clave.
Estados
Unidos se ha opuesto durante mucho tiempo a los crecientes lazos
comerciales entre Europa y Rusia, que surgen de esta
complementariedad natural. Washington considera la industria
energética rusa un competidor directo del sector energético
estadounidense y, en general, considera los fuertes lazos comerciales
y de inversión entre Alemania y Rusia una amenaza para el dominio
político y económico de Estados Unidos en Europa Occidental.
Por
estas razones, Estados Unidos se opuso a los gasoductos Nord Stream 1
y 2 mucho antes del conflicto ucraniano. Por estas razones, Joe Biden
prometió explícitamente poner fin a Nord Stream 2 —como lo hizo—
en caso de una invasión rusa de Ucrania.
La
oposición estadounidense a Nord Stream y a las relaciones
energéticas ruso-alemanas se basaba en un principio general: la UE y
Rusia debían mantenerse a distancia para que Estados Unidos no
perdiera su influencia en Europa.
La
guerra en Ucrania y la ruptura de relaciones con Rusia han dañado
gravemente la economía europea. Las exportaciones europeas a Rusia
se han desplomado de unos 90 000 millones de euros en 2021 a tan
solo 30 000 millones de euros en 2024.
Los
costes energéticos se han disparado, ya que Europa ha sustituido el
gas natural ruso, barato y suministrado por gasoducto, por el gas
natural licuado (GNL) estadounidense, mucho más caro. La industria
alemana ha decaído alrededor de un 10 % desde 2020, y tanto el
sector químico como el automovilístico están sufriendo graves
consecuencias. El Fondo
Monetario Internacional prevé
un crecimiento económico para la UE de tan solo el 1 % en 2025
y de alrededor del 1,5 % para el resto de la década.
El
canciller alemán, Friedrich Merz, ha pedido la prohibición
permanente de la reanudación del flujo de gas a través del Nord
Stream, pero esto representa prácticamente un suicidio económico
para Alemania.
Esta
postura se basa en la creencia de Merz de que Rusia tiene ambiciones
bélicas contra Alemania; sin embargo, en realidad, es Alemania la
que está provocando una guerra con Rusia al adoptar un lenguaje
belicista e iniciar un rearme masivo.
Según
Merz, «es necesaria una visión realista de las aspiraciones
imperialistas de Rusia». Argumenta que «parte de nuestra sociedad
tiene un profundo miedo a la guerra. No lo comparto, pero lo
entiendo».
Aún
más alarmante es su afirmación de que «los medios diplomáticos
están agotados», a pesar de que, según se informa, nunca ha
intentado hablar con Vladimir Putin desde que llegó al poder. Merz
también parece ignorar deliberadamente lo cerca que estuvo la
diplomacia del éxito en 2022, durante el Proceso de Estambul, antes
de que Estados Unidos lo bloqueara.
El
crecimiento económico chino es antitético a los intereses
estadounidenses
El
enfoque de Occidente hacia China refleja fielmente su enfoque hacia
Rusia.
Occidente
tiende a atribuirle malas intenciones a China, las cuales, en muchos
sentidos, suelen ser proyecciones de sus propias ambiciones hostiles
hacia la República Popular.
El
rápido ascenso económico de China entre 1980 y 2010 llevó a los
líderes y estrategas estadounidenses a considerar su mayor
crecimiento económico como contrario a los intereses
estadounidenses.
En
2015, dos influyentes estrategas estadounidenses, Robert
Blackwill y Ashley Tellis ,
explicaron claramente que la estrategia global de Estados Unidos
busca la hegemonía estadounidense y que China representa una amenaza
para dicha hegemonía debido a su tamaño y éxito. Blackwill y
Tellis propusieron un conjunto de medidas por parte de Estados Unidos
y sus aliados para obstaculizar el futuro crecimiento económico de
China: excluir a Pekín de los nuevos bloques comerciales de
Asia-Pacífico, limitar la exportación de tecnologías occidentales
a China, imponer aranceles y otras restricciones a las exportaciones
chinas, y otras medidas antichinas.
Cabe
destacar que estas medidas no se justificaban por las deficiencias
específicas de China, sino por el simple hecho de que su crecimiento
económico se consideraba incompatible con la supremacía
estadounidense.
Un
componente clave de esta política exterior hacia Rusia y China es
una guerra mediática destinada a desacreditar a los supuestos
enemigos de Occidente. En el caso de China, Occidente la ha acusado
de genocidio en Xinjiang contra la población uigur. Se trata de una
acusación sumamente exagerada, formulada sin pruebas sólidas,
mientras Occidente ignora el genocidio real de decenas de miles de
palestinos que se está produciendo en Gaza, perpetrado por su aliado
israelí.
Además,
la propaganda occidental también ha difundido una serie de
afirmaciones absurdas sobre la economía china: su iniciativa de
infraestructura de la Franja y la Ruta , que
ofrece financiación a países en desarrollo para construir
infraestructura moderna, se califica de «trampa de deuda».
La
extraordinaria capacidad de China para producir tecnologías verdes
—como paneles solares, que el mundo necesita con urgencia— es
ridiculizada por Occidente como un «exceso de capacidad» que
debería limitarse o detenerse.
En
el plano militar, el dilema de seguridad que enfrenta China se
interpreta de la forma más sombría posible, al igual que ocurre con
Rusia. Estados Unidos ha proclamado durante mucho tiempo su capacidad
para bloquear las vitales rutas marítimas de China, pero luego acusa
a Pekín de militarismo cuando responde adoptando medidas para
fortalecer su poder naval.
En
lugar de interpretar el desarrollo militar de China como un típico
dilema de seguridad que debe abordarse mediante la diplomacia, la
Armada estadounidense declara que debe prepararse para la guerra con
China para 2027. Al mismo tiempo, la OTAN exige cada vez más un
papel activo en Asia Oriental, dirigido contra China. Los aliados
europeos de Estados Unidos están adoptando esta postura agresiva,
tanto comercial como militarmente.
Diez
pasos concretos hacia una nueva política exterior
Europa
se ha arrinconado a sí misma, haciéndose subordinada a Estados
Unidos, rechazando la diplomacia directa con Rusia, perdiendo su
competitividad económica a través de las sanciones y la guerra,
incurriendo en un aumento masivo e insostenible del gasto militar y
cortando vínculos comerciales y de inversión a largo plazo con
Rusia y China.
Como
resultado, se enfrenta a una deuda creciente, un estancamiento
económico y un riesgo creciente de guerra a gran escala. Una
perspectiva que, al parecer, no asusta al canciller alemán Merz,
pero que debería aterrorizarnos a todos.
Quizás
el conflicto más probable no sea con Rusia, sino con los propios
Estados Unidos, que bajo el mandato de Trump amenazó con apoderarse
de Groenlandia si no se la vendían o cedían a su soberanía. Es muy
posible que Europa se quede sin verdaderos amigos: ni Rusia ni China,
ni siquiera Estados Unidos, los países árabes (indignados por la
indiferencia europea ante el genocidio israelí en Gaza), África
(aún resentida por el colonialismo y el neocolonialismo europeos),
etc.
Por
supuesto, existe otro camino posible —de hecho, uno muy prometedor—
si los líderes europeos logran reconsiderar los verdaderos intereses
y riesgos de seguridad del continente, devolviendo la diplomacia al
centro de la política exterior europea. Propongo aquí diez pasos
concretos para construir una política exterior basada en las
necesidades reales de Europa.
1.
Abrir un diálogo diplomático directo con Moscú
Fracaso:
El fracaso palpable de Europa a la hora de entablar una diplomacia
directa con Rusia es devastador. Europa podría incluso estar
creyendo en su propia propaganda de política exterior, al evitar
discutir directamente temas clave con su homólogo ruso. Es hora de
restablecer canales de comunicación serios y estables,
independientes de Washington.
2.
Preparar una paz negociada con Rusia
Europa
debe prepararse para negociar la paz con Rusia sobre Ucrania y la
futura seguridad colectiva de Europa. La clave es que Europa acuerde
con Rusia el fin de la guerra sobre la base de un compromiso firme e
irrevocable de no extender la OTAN a Ucrania, Georgia ni a otras
regiones orientales. Además, Europa debe aceptar cambios
territoriales pragmáticos en Ucrania que beneficien a Rusia.
3.
Rechazar la militarización de las relaciones con China
Por
ejemplo, Europa debería oponerse a cualquier intento de expandir la
OTAN al este de Asia.
China no representa ninguna amenaza para la
seguridad europea, y Europa debería dejar de apoyar ciegamente las
pretensiones estadounidenses de hegemonía en Asia, que ya son
peligrosas e ilusorias, incluso sin el apoyo europeo. En cambio,
Europa debería fortalecer la cooperación con China en materia de
comercio, inversión y clima.
4.
Reformar las instituciones de la diplomacia europea
La
configuración actual es caótica e ineficaz. El Alto Representante
de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad actúa
esencialmente como portavoz de la rusofobia, mientras que la
diplomacia de alto nivel —en la medida en que existe— está
dirigida de forma confusa e intermitente por líderes europeos
individuales, el Alto Representante de la UE, el presidente de la
Comisión Europea, el presidente del Consejo Europeo o una
combinación variable de estos. En resumen, nadie habla con claridad
en nombre de Europa, ya que, para empezar, no existe una política
exterior europea clara.
5.
Desvincular la política exterior de la UE de la OTAN
Europa
debería reconocer que la política exterior de la UE debe disociarse
de la OTAN. En realidad, Europa no necesita la Alianza Atlántica, ya
que Rusia no tiene intención de invadir la UE. Europa debería, sin
duda, dotarse de una capacidad de defensa autónoma, pero a un coste
muy inferior al 5 % del PIB, una cifra absurda, basada en una
evaluación completamente exagerada de la amenaza rusa. Además, la
defensa europea no debería coincidir con la política exterior
europea, a pesar de que ambas se han confundido completamente en los
últimos tiempos.
6.
Cooperar con Rusia, India y China
La
UE, Rusia, India y China deberían cooperar en la transición
ecológica, digital y de infraestructuras de todo el espacio
euroasiático. El desarrollo sostenible de Eurasia beneficia
mutuamente a la UE, Rusia, India y China, y no puede lograrse sin la
cooperación pacífica entre las cuatro principales potencias
euroasiáticas.
7.
Cooperar con la iniciativa «La Franja y la Ruta» de China
Se
espera que el European Global Gateway, el brazo financiero para
infraestructuras en países no pertenecientes a la UE, colabore con
la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) de China. Actualmente, se
presenta como un competidor de la BRI. En realidad, se espera que
ambos programas unan fuerzas para cofinanciar infraestructuras de
energía verde, digitales y de transporte para Eurasia.
8.
Fortalecer la financiación del Pacto Verde Europeo
La
Unión Europea debería aumentar la financiación del Pacto Verde
Europeo (PVE), acelerando así la transición hacia una economía
baja en carbono, en lugar de destinar aproximadamente el 5 % del PIB
a gastos militares innecesarios sin ningún beneficio real para
Europa. Una mayor inversión en el PVE aportaría dos beneficios
principales. En primer lugar, contribuiría a la seguridad climática
regional y global. En segundo lugar, reforzaría la competitividad de
Europa en las futuras tecnologías verdes y digitales, sentando las
bases para un nuevo modelo de crecimiento sostenible.
9.
Colaborar con la Unión Africana
La
UE debería colaborar estrechamente con la Unión Africana para
promover una amplia expansión de la educación y la formación
técnica en sus países miembros. Con un crecimiento previsto de su
población de 1.400 millones a aproximadamente 2.500 millones para
mediados de siglo, en comparación con los aproximadamente 450
millones de habitantes de Europa, el destino económico de África
estará estrechamente vinculado al de Europa. La clave de la
prosperidad africana reside en el rápido desarrollo de la educación
superior y la formación profesional.
10.
Apoyar el nuevo orden mundial multipolar
La
Unión Europea, junto con los países BRICS, debe comunicar
claramente a Estados Unidos que el futuro orden mundial no se basa en
la hegemonía, sino en el derecho internacional y la Carta de las
Naciones Unidas. Este representa el único camino hacia una verdadera
seguridad para Europa y el mundo. La dependencia de Estados Unidos y
la OTAN es una ilusión peligrosa, especialmente dada la
inestabilidad del propio país. Por el contrario, un compromiso
renovado con la Carta de las Naciones Unidas puede poner fin a las
guerras (por ejemplo, poniendo fin a la impunidad de Israel e
implementando los fallos de la Corte Internacional de Justicia sobre
la solución de dos Estados) y prevenir futuros conflictos.
Sachs