08 enero 2013

El amor, que mueve el sol y también las estrellas

 Los amantes de Magritte son una representación precoz de los tiempos que nos cruzan. Pintado en la decada de los veinte, el cuadro expresa un universo de significados abrumador. 

No sé si esta zozobra de la moral, esta deriva con la que los próceres de la Iglesia argumentan todos los males del mundo, proviene de la falta de fe. El hombre es un animal extraño y no siempre se tiene a mano un prontuario de recetas que lo explican o lo justifican. 

En todo caso mi visión de las cosas excluye a Dios y, por supuesto, desoye las admoniciones de los obipos, entusiasmados con la idea de que les asiste la razón de la que los demás, descreídos, alegremente descreídos, carecemos. 

El amor mueve el sol y también las estrellas, sentenció Dante. Los amantes de Magritte se besan sin conocerse o se besan sin amarse. Quizá exista una forma de amor que sacrifica el conocimiento exhaustivo del ser amado. 

No aspira uno a conocer al otro cuando ni siquiera maneja la certeza de conocerse a uno mismo. 



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